lunes, 28 de octubre de 2013

Recuerdos inventados...


Yo tenía cerca de 3 años cuando nació mi hermana menor. Vivíamos en Quillota. Recuerdo bien cuando llegó a casa. Yo estaba jugando en la calle, en una suerte de triciclo, cuando veo acercarse el Citroën 2CV de color azul que tenía mi papá. Era una Citroneta linda, azul eléctrico, con interior crema. Mi mamá se baja con Tania en brazos, yo me acerco, me la muestra y luego entran. La casa quedaba en un barrio con una calle amplia, a la que se accedía por un pasaje, por lo que era un recinto seguro para los niños.

Ese es el recuerdo que tengo de la llegada de Tania. Ahora no sé si es un recuerdo real o yo lo inventé y de tanto repetirlo y contarlo en el tiempo, lo hice real en mi mente, aunque en la práctica no haya existido nunca esa vivencia. 

Tengo esa duda y, a estas alturas, no tengo con quién contrastarla. Nunca le pregunté a mamá cómo fue la llegada de Tania a casa, si verdaderamente ella llegó en la Citroneta azul y yo estaba jugando en la calle. Me parece romántica la idea de acordarse de un hito familiar con ese nivel de detalle a pesar de haber ocurrido cuando era tan pequeño, pero tengo la leve sospecha -¿leve?- de que todo es inventado. Por qué lo inventé, cuándo construí esa imagen, quién la fomentó...no lo sé.

También tengo otro recuerdo de pequeño. Otra vez en Quillota. Yo jugaba en la orilla de una piscina y caigo al agua sin saber nadar. El pataleo desesperado me aleja de la orilla y avanzo hacia el centro de la alberca. Mi mamá se lanza a la piscina sin saber nadar y me rescata. Sé que todo lo que recuerdo de esta experiencia es lo que me contó mamá, porque en la imagen que tengo, que por lo demás es muy vívida, es la de un espectador, una tercera persona ajena que mira todo lo que ocurrió. Es un recuerdo con un buen montaje, porque me veo jugando, cuando caigo, cuando pataleo, me veo debajo del agua y luego a mamá lanzándose al agua. Sé que este es un recuerdo inventado, pero me gusta tenerlo y atesorarlo.

Cuántos de mis recuerdo de infancia son reales y cuántos inventados. Me habré caído y roto la boca por caminar con las manos en los bolsillos y no alcanzar a reaccionar en ...¿Vallenar?, realmente subía más rápido los árboles de la plazoleta de Copiapó porque usaba botas negras de cuero, de verdad un compañero me pegó en la cabeza antes de sacarnos una foto en el jardín infantil donde mi mascota era un payaso, es cierto que me acuerdo de que en un jardín veía Cenicienta o Blanca Nieves en una pantalla gigante a la espera de que llegaran a retirarme. No lo sé.


jueves, 17 de octubre de 2013

Escribir con lápiz y papel


De hace un tiempo a la fecha, escribo mucho en una libreta de  hojas amarillas con tapas negra de tela. Lo hago cuando puedo. En el café, en el avión, en el bus, cuando espero que me atiendan. Podría usar el notebook o el celular, pero quiero escribir con lápiz y papel. Uso uno de pasta negro.
Y caigo en la cuenta que llama la atención que alguien escriba así, salvo que no sea en el colegio o la universidad. Muchos tomamos apuntes en libretas, pero escribir algo un poco más largo, parece que ya no se hace mucho. De hecho, yo pensaba escribir en el computador, pero finalmente decidí hacerlo en la libreta negra. No me arrepiento. Me demoro mucho más, pero es entretenido, tiene su gracia la cosa, digo yo. ¿La caligrafía? Eso da para otro post.

jueves, 3 de octubre de 2013

La envidia

Envidio a los pianistas que cosechan melodías de las teclas.
Envidio a los compositores que en una estrofa resumen historia, emociones, dramas y alegrías.
Envidio a los escritores que dan a luz las historias más increíbles.
Envidio a los que bailan porque expresan, sienten y transmiten.
Envidio a los cuentacuentos que hechizan.
Envidio a los cronistas que transportan.
Envidio el autorretrato de Neruda.
Envidio a los lectores devoradores de letras.
Envidio la palabra correcta.
Envidio al rostro que recibe el sol de abril.
Envidio la culpa redimida.
Envidio al corazón rojo.
Envidio a los que no sienten envidia.

Jodorowsky lo dice: "Transforma tu envidia en admiración".

Envidio a Jodorowsky...

miércoles, 2 de octubre de 2013

Conversaciones de café

Son las 11:50 de un viernes de septiembre. La mañana está nublada, gris, apagada, a tal punto que te baja el ánimo. Detrás de esa masa grisácea se adivina un sol primaveral, pero la espesura de las nubes sólo permite una claridad tenue. Parece un día de invierno, si no fuera por la agradable temperatura que permite dejar de lado chaquetas y sweaters. Te da esa concesión.
El café queda en una esquina frente a la plaza. Estoy sentado ante a una mesa redonda con superficie de vidrio. Hay una azucarera de loza blanca, un cenicero de vidrio y uno de esos servilleteros de metal que encuentras en locales de comida rápida. Un café cortado doble y una porción de galletas. No hay torta.
A un metro y medio de mi mesa, dos mujeres que bordean la medianía de los 30 conversan sobre la entrevista de trabajo que una de ellas acaba de tener. Tonos negros dominan sus ropas. Ambas usan grandes anteojos oscuros, pese a que no hay sol.
- Gracias por la entrevista, gracias por su tiempo, ahora quedo a la espera de su llamada - dice al teléfono la más joven.
Tras cortar, le comenta a su compañera que "siempre hay que ser agradecida, una nunca sabe". La otra asiente.
Más allá, cuatro mujeres que visten uniforme de dos piezas de color gris con blusa celeste, llegan rápidamente a sentarse. Todas sobrepasan los 40 años. "Ya, yo tengo media hora para ustedes", comenta graciosa una de ellas.
Cuatro cortados chicos y un sándwich partido en cuatro es el pedido al mozo, en medio de bromas sobre dietas, verano, playa y trajes de baño. Al mesero no le queda más que sonreír.
Después de hablar un par de minutos de trabajo, una se lanza contar las gracias de sus hijos. "Ya no me hacen caso, no me pescan, pero es graciosa esa independencia que tienen", dice a la mesa. "Ahora es chistoso porque tus hijos son chicos, pero espérate a que sean adolescentes, ya no te reirás tanto", sale al paso otra.
Y siguiendo con las conversaciones hogareñas, otra comienza a hablar de lo cansada que está con todas las mascotas de su casa. "Ya regalé las tortugas y los gatos, me quedaré con los tres perros nomás, no importa que los niños lloren y mi marido se enoje, si al final soy yo quien se tiene que preocupar de la comida y de limpiar", se queja recibiendo el apoyo inmediato de sus compañeras.
En otra mesa tres gringos toman cerveza como si fueran las cuatro de la tarde de un día de enero. Las Coronas y Sol fluyen como salidas de un manantial. No sé qué hablaran, pero están contentos y relajados, eso es seguro. El mozo se desvive en atenciones,  porque intuye que la propina será generosa.
Cinco mujeres que superan las cinco décadas visten buzos Everlast, zapatillas Nike y cargan carteras con harto dorado. Es el grupo más bullicioso. Están a más de cinco metros de mi mesa, pero escucho claramente que hablan sobre perfumes, ropa y accesorios. “El Calvin Klein cuesta $50 mil, pero yo tengo una conocida que me lo deja a $40 mil, si quieres  me avisas y te hago el contacto”, dice una de ellas, mientras revisa algo en su iPhone 4 con carcasa rosada. “Acá tengo su teléfono, ¿la llamamos ahora?”, pregunta.
Atrás mío se instalan dos tipos para hacer negocios. Uno es joven, el otro mayor. Se nota se hay confianza, cercanía, seguramente ya han hecho transacciones con anterioridad. Chequera sobre la mesa, uno firma un documento tras otro. Después de sellado el acuerdo, comienzan a hablar sobre propiedades, árabes millonarios y excentricidades. A quién no le gusta soñar, me pregunto.  
El reloj marca las 13:30 horas, las nubes se disipan y, como lo suponía, hay un sol esplendoroso. El café lo terminé hace rato. Pago la cuenta, el mesero se demora más de la cuenta en traer el vuelto. Dejo de escribir en el teléfono, me acomodo la camisa, salgo de la pequeña terraza y comienzo a disfrutar de un día de primavera.

lunes, 23 de septiembre de 2013

El desierto


"Despoblado, solo, inhabitado". Esa es la definición que da la RAE a "desierto".También "territorio arenoso o pedregoso". Pero desierto es mucho más que eso. Es imaginación, es color, es vida, es recuerdo, es epopeya, es tenacidad, es dolor y esperanza a la vez. Jodorowsky lo resume bien: "Un ciego, con su bastón blanco, en medio del desierto, llora sin poder encontrar su camino porque no hay obstáculos".

jueves, 12 de septiembre de 2013

Sentado frente a un personaje histórico

Entrevisté a muchas personas durante mi paso por El Mercurio de Antofagasta. Pero la conversación con Carlos Paez, sobreviviente de la tragedia de Los Andes, fue una de las que más recuerdo. No todos los días estás frente a un personaje histórico. Acá la entrevista que se publicó en mayo de 2008.

Carlos Paez, sobreviviente de la tragedia de Los Andes:

"Para llegar a Dios, es mejor un mal piloto que un buen cura"


Los tres jóvenes caminan a duras penas. Casi ni hablan. El frío, el cansancio y el hambre causan estragos. La Cordillera de Los Andes a más de 4 mil metros de altura no entrega ningún tipo de concesiones.
Ya han pasado 24 días desde el fatídico 13 de octubre en que el avión uruguayo se precipitó en la montaña con 45 ocupantes. Venían a jugar rugby a Chile pero el destino les jugó una mala pasada. Los muertos suman 26 y la carrera contra la naturaleza, el tiempo y la desesperanza no da tregua.
Tras un par de fallidas expediciones en busca de la cola de la nave, donde está el equipaje, alimentos y otros pertrechos, sale una nueva misión. Roy Harley, Antonio Vizintín y Carlos Páez, “Carlitos”, el menor de todos los sobrevivientes, son los elegidos.

“Garra celeste”
“No creo que lo logremos, me duelen las piernas, no puedo avanzar más”, dice Harley. Llevan cojines amarrados a los pies para sortear la espesura de la nieve. Pero no se trata de eso, sino de agotamiento, físico, mental y espiritual.
“Vamos, tenemos que llegar, ¡arriba la garra celeste!”, anima “Carlitos” con sus escasos 18 años, mientras piensa en su familia, en las cenas que su madre le prepara todos los viernes y en que si se salva y tiene un hijo, se llamará Carlos, igual que él.
Tras dos días de dura caminata encuentran parte del fuselaje. La puerta trasera del avión, dos cacharros de aluminio y otro recipiente con residuos de café. Nada demasiado útil. Regresan al campamento.
Semanas después se organiza una nueva expedición. Los supervivientes ya llevan 60 días en la nieve, alimentándose de sus compañeros muertos, abandonado por el mundo, pero con la convicción de que saldrán adelante. Antonio Vizintín, Fernando Parrado, y Roberto Canessa conforman el nuevo equipo.


Rescate
Después de 10 días de inclemente e “inconsciente” caminata, el 21 de diciembre de 1972, el arriero chileno Sergio Catalán los avistó. Parrado le lanza una piedra con una nota.
“Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar a arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”, dice el papel arrugado.
Al otro día, helicópteros chilenos llegan hasta el lugar del desastre y rescatan a los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes, “la historia de supervivencia más increíble de todos los tiempos”, como dice “Carlitos”, 35 años y cinco meses después, sentado en el lobby de un hotel de Antofagasta, hasta donde llegó para dictar una conferencia motivacional.

Un “héroe”
¿Usted se considera un héroe, un superviviente, un privilegiado de la vida….?
- Me considero un hombre común al que le tocó vivir un hecho extraordinario, así de simple… te diría incluso peor que un tipo común, porque era un consentido, un caprichoso. Tenía niñera en esa época.
Pero aún así salió adelante…
-El ser humano tiene recursos desconocidos y muchas veces el camino más fácil es no encontrarlos. Pero no necesariamente hay que vivir Los Andes para darse cuenta que uno tienen recursos desconocidos. Para mi fue una buena lección de vida.
¿Cómo fue la primera noche?
- La primera noche fue atroz, gente muriéndose, temperaturas bajo cero, no teníamos ropa adecuada, estaba en la cola del avión… En la Cordillera de Los Andes tienes 25 grados bajo cero de día y 40 bajo cero durante la noche. No da tregua.
Usted era el menor de la expedición, tenía apenas 18 años…
-Cuando yo veo a un chico de 18 años ahora no puedo creer a esa edad me tocó vivir esto, que sin duda es “la” historia de supervivencia, no hay otra.

El día 10
Fueron 72 días en la cordillera. ¿Cuándo se dieron cuenta que esto iba para largo?
-Siempre tuvimos la esperanza de que podría pasar algo al otro día, nuestra lucha fue día a día, pero en el día 10 nos enteramos por radio de que no nos buscan más, lo que fue una buena cosa…
¿Cómo es eso?
-Aunque parezca mentira, fue una buena noticia el tomar conciencia de que la respuesta estaba en nosotros mismos. O sea, el dejar de esperar para comenzar a actuar. Hasta ese momento fuimos sobrevivientes, que es el que se mantiene con vida esperando que lo vengan a rescatar, pero de ahí en adelante nos convertimos en otra cosa... 
Su libro se llama “Después del día diez”…
- Sí, porque ese día cambia la historia y cambia a raíz de una mala noticia que nosotros transformamos en oportunidad.
¿Estaban todos sus compañeros con esa disposición o a esa altura ya había algunos resignados, entregados a lo que viniera?
- Había de todo, pero el grupo al final es lo que prevalece. Yo mismo me entregué muchas veces, pero el grupo te levanta. En grupo el dolor es menos dolor y la alegría es más alegría.
¿Cómo era el día a día, de qué conversaban…?
- Una de las cosas que yo más aporté al grupo fue el sentido del humor, que es difícil, pero muy importante. Si tú ves el personaje que hace de mí en la película “Viven”, siempre está en un plano de buena onda. Hablábamos permanentemente de restonares…
¿Y porqué de restoranes?
- Era una especie de masoquismo, era rarísimo, era una obsesión. Venía uno y decía “yo estuve en tal restauran donde se comía capelleti” y después venía otro y así…tenemos anotados 120 restaurantes con los platos de cada uno.
Y en qué momento se acordaban de la familia, de los amigos, las novias...?
- Hasta el día diez fue permanente, después cuando nos enteramos de que no nos buscaban más, ya no había espacio para la familia. Había espacio para salir de ahí con el objetivo familiar, pero no el lamento permanente. Yo mismo escribí el 23 de octubre, diez días después del accidente, una carta a toda mi familia y creo que la idea era olvidarme.
¿Algún instante imborrable?
- El momento del accidente lo tengo grabado, cuando nos avisan que no nos buscan más también, porque insulté como loco, y después la avalancha a los 16 días, que fue espantoso, porque ahí perdí a mis dos mejores amigos. Y ni que hablar cuando nos rescataron, que fue el momento más lindo de mi vida.

Cumpleaños
Usted celebró su cumpleaños durante la avalancha (31 de octubre) bajo la nieve...
- Mis compañeros me preguntaban “Carlitos, cómo pueds festejar, si han muerto ocho personas y estamos enterrados en la nieve”. Yo decía que mientras estemos con vida vale la pena celebrar las cosas.
¿Se sintió olvidado?
Claro, cuando nos enteramos que no nos buscan más. No podía entender que el mundo siguiera andando. Es el primer garrotazo a la arrogancia. Fue una de las cosas que más me molestó, pero también nos mostró que la solución estaba en nosotros. También ayudó mucho la inconciencia de la juventud…
¿Por qué inconciencia?
- Hicimos cosas increíbles porque no teníamos la conciencia alguna, como la caminata de Parrado y Canesa. Treinta ycinco años después National Geographics contrató alpinistas y demoraron el mismo tiempo. Y estos no tenían nada, sólo zapatos de rugby.

Antropofagia
Mucho se ha hablado de la antropofagia que practicaron. ¿Es un tema para usted, lo recuerda en la intimidad o sólo cuando se lo preguntan?
- Todos los temas son importantes, pero no más que otros. La sed, el frío y el hambre fueron importantes. Pero, claro, cuando se dio el caso nuestro no había una historia anterior. Si lo mismo ocurriera ahora, ya existe una referencia de lo que se puede hacer para sobrevivir. Una vez que la sociedad lo entendió, y además el Papa Pablo VI nos mandó una carta de puño y letra, pasó a ser un tema más.
¿En qué momento deciden hacerlo?
- A los 10 días. Es una idea que empieza a surgir en todos al mismo tiempo, pero nadie se animaba a compartirla, porque teníamos la esperanza de que nos encontraran. Pero en el momento en que nos enteramos que no nos buscan más, ese día se precipitan los acontecimientos.
¿Es un tema cerrado?
- Nos pasamos 10 días sin comer absolutamente nada, entonces si me dices si cambiaría algo de Los Andes, te respondo que nunca hubiera esperado los 10 días. Hubiese empezado antes.

Dios
¿Se enojó con Dios?
- Me enojé con la avalancha, porque era como que Dios nos daba la espalda. Era el accidente, que no nos buscan más, tomar la decisión de alimentarnos de nuestros compañeros muertos y además la avalancha, era un poco mucho.
¿La percepción de Dios que usted tiene debe ser muy distinta al común de las personas?
- Absolutamente. En el principio de la película “Viven” John Malkovich, que hace el papel mío, dice que una cosa es el Dios que te enseñan en el colegio y otra cosa es el Dios que conoce en Los Andes. Eso lo escribí yo. Una vez le dije a un obispo “para llegar a Dios, es mejor un mal piloto que un buen cura”.
¿Cómo recuerda el 22 de diciembre?
- Me acabas de decir 22 de diciembre y se me eriza la piel (muestra su brazo), porque lo veo como el día más lindo de mi vida. Por eso tengo un corazón muy chileno, porque de alguna manera esa llegada de los helicópteros, esa alegría… es muy difícil de describir, fue como nacer de nuevo. Era el final de la historia, el final del dolor, pero por sobre todas las cosas era el principio de la libertad, el volver a casa…
¿Cómo cree que sería su vida actualmente si no hubiera ocurrido la tragedia?
- La verdad es que sería un gran pelotudo, porque no me hubiera dado cuenta por dónde es el camino. Fue el garrotazo que yo precisaba para darme cuenta. A veces tener padres que todo te lo permiten conspira en tu contra. Yo perdí a mis mejores amigos, pero es una historia que me ayudó.

martes, 10 de septiembre de 2013

C'est la vie...

Imaginé mil cosas a su lado. Imaginé paseos bajo los árboles tomando un helado, la brisa en la cara, el sol amable. Imaginé viajes, fogatas en la playa y destinos exóticos. Ella y yo. Imaginé un entretenido matrimonio, lindos hijos y años de felicidad. Me había enamorado. Un amor violento. Era alta, delgada, alternativa, desfachatada, atractiva, inteligente. Imaginé mil cosas junto a ella. Imaginé tantas cosas que no me di cuenta cuando se bajó del metro. Fue amor de una estación.

(Esto es viejo, lo escribí en el teléfono hace 671 días, el 09.11.2011, a las 12:23 horas. Claramente iba en el metro. Lo copio acá porque está en el celular que doy de baja).

La jaqueca cobarde


La jaqueca es cobarde. Se asoma muy lentamente. No quiere que la descubran. Primero lanza una suerte de avanzada. Sientes una pequeña molestia, casi imperceptible, en la cuenca del ojo. Te engaña, porque piensas que es falta de sueño, una rabia pasajera o que el problema es tu ojo. ¿Me estaré quedando corto de vista?
La incipiente migraña, cuando encuentra terreno fértil, avanza firme. Deja caer todo su peso, su desagradable presencia. Entrecierras el ojo. Sólo así puedes enfocar mejor. Ya desatada, te golpea, te machaca un sólo punto de la cabeza. Generalmente cerca de un ojo. Saca su aguja y la hunde con fuerza en tu cráneo, penetrando con eficacia y eficiencia. Hasta el fondo. El dolor es focalizado, pero el malestar se generaliza. Tiene sus armas la migraña. Si ataca con fuerza te molesta la luz, los ruidos, te late la cabeza y hasta te genera malestar estomacal. Uno llega a odiar a la jaqueca. Pero, como en muchas cosas, es compañera de toda la vida. Mejor que pelear con ella, es acostumbrarse y aprender a sobrellevarla. Un par de pastillitas y se calma hasta que se aburre y vuelve a aparecer.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Por qué no me gustan las motos...

No me gustan las motos porque uno se cae. Pfffffff. Malísima respuesta considerando que en bicicleta me he caído muchas veces y, lo más probable, es que me siga cayendo. Pero es diferente. Adrenalina, más control, motor humano, esfuerzo al límite...qué se yo, pero prefiero la bicicleta.
Y lo más simpático es que la única vez que me caí en moto iba en una máquina ratona, scooter china, como a 40 km/hr. Pero la caída fue suficiente para asustarme. Quizás porque iba con mi hermana detrás mío.
Para quien nos haya visto, debe haber sido comiquísimo. Ibamos por una calle en Antofagasta y debíamos doblar en una esquina. Era una esquina amplia, generosa, nada mezquina. En resumen, doblar era muy fácil. Comienzo a tomar la curva, había gravilla suelta y la maldita rueda enana de la moto china no se agarra nunca al asfalto. Nos vamos de lado y cada uno cae como puede. Estiro el brazo izquierdo para amortiguar el golpe. Siento las piedrecillas rasgar mi piel. La moto cayó sobre mi pierna. Pero no me dolió. 
Como puedo me paro para ver qué pasaba con mi hermana. Creo que ella cayó arriba mío. Nos sacamos los cascos, nos miramos y juajajajajajajaja..... Nos reímos mucho.
- Estás bien?
- Sí... y tú?
- También.
Recogimos la moto y reanudamos rumbo a casa. Llegamos a curarnos. Ella es médico veterinaria, así que no tuvo problemas en atenderme.

Dos horas antes de la caída.
- Alexis, tú sabes manejar motos, cierto. Tengo que ir a buscar la moto que me compré al centro y no quiero ir sola.
- Obvio que sé manejar motos, además el scooter es más fácil, sólo aceleras y frenas. Andar en bicicleta es más difícil que eso.
- Ya, entonces tú manejas.
- Claro, tranquila.

Y así fue como le tomé miedo a las motos y como la flamante máquina de mi hermana llegó rayada a casa en su estreno. Ella siguió andando en moto, yo no. "Como dicen por ahí, hay dos tipos de motociclistas, los que se caen y nunca más se suben a la moto y los que se caen y vuelve a subirse", filosofó ella. Yo, claramente, pertenezco al primer grupo.

jueves, 15 de agosto de 2013

Esos locos de las bicis...


Este video resume muy bien, de manera excelente a decir verdad, lo que ocurre con aquellos que se apasionan con el mountainbike. Yo conozco a varios.

jueves, 8 de agosto de 2013

Víctor Molina...el papá


Domingo 8 de agosto de 1993. 10 de la mañana.
"Ya pues, apúrense, van a llegar atrasados a la iglesia", grita el papá desde su  habitación, ubicada al final de un largo pasillo de la casa de Calama. Es una casa grande, luminosa. Desde su cama se ve el río Loa y las ovejas que salen a pastar.
Esa fue la última vez que escuché la voz de Víctor Arnoldo Molina Olivera, mi papá. Tenía 46 años. Era alto, delgado, lampiño, moreno, hombros flacos, simpático, con sentido social, bueno para el fútbol, trabajólico, maestro chasquilla, mecánico frustrado, inventor de cosas sin utilidad, preocupado del buen vestir, inteligente, ácido cuando quería, a veces burlón, motivador, creador de aventuras, ciego para los riesgos, ocasional carpintero, dueño de un respetable saque en el tenis, predicador en los últimos años, propietario de una letra pequeña y una firma difícil de imitar, amante de la música, no fumaba ni tomaba, bueno para manejar, músico sin futuro, conversador, generoso, amigo de mis amigos, obsesivo con los números y listas. Era eso y mucho más.
Tenía 46 años cuando una anemia aguda se lo llevó. Eso dice el certificado de defunción. Pero la historia es más larga. Murió como consecuencia de un cáncer pulmonar. Luchó casi 3 años. Estaba cansado. Ya no tenía fuerzas.
Esa mañana fuimos a la Escuela Dominical en la Segunda Iglesia Bautista de Calama. Algo obligados, como siempre. La doctrina del papá al respecto era simple y efectiva: "Tienen todos los permisos para salir, pero el domingo van a la iglesia". Yo tenía 17 años. El costo no era tan alto.
La casa quedaba en las afueras de Calama. Llegamos de regreso cerca de las 13:30 horas. Juanita, la entrañable persona que ayudaba a mamá en las labores domésticas, nos recibe llorando. "Se llevaron a Don Víctor al hospital". Papá se estaba bañando y comenzó a perder mucha sangre por donde tenía uno de los tumores.
Mamá parte al hospital. Los hermanos no entendemos mucho. Denisse llama a un amigo para que la lleve al hospital. Yo me quedó en casa con Tania. Nos miramos. Ninguno entiende mucho qué pasa. Aguardamos en silencio. Al rato llega el telefonazo. Papá había muerto en la ambulancia cuando iba camino al hospital.
Me siento en el apoya brazos de un sillón grande, de tres cuerpos, que muchos años después regalé a Remar. Apoyo los codos en los muslos, la cara en las manos y me largo a llorar. Sabía que la muerte de mi papá era una posibilidad. Después de 3 años de pelea con el cáncer, sería iluso no considerarlo. Pero siempre, muy en el fondo, pensé que el milagro llegaría. Las horas siguientes son confusas. No las recuerdo mucho.

Lunes 9 agosto.
Estamos en la iglesia velando al papá. Era muy querido. Mucha gente llega. Y como familia debemos estar ahí. Eso nunca lo he entendido, ni siquiera ahora. Por qué un deudo debe hacerlas de anfitrión y saludar, besar y abrazar a decenas de personas que no conoce. Es agotador. Mucho. Demasiado.
Llegan los compañeros de curso. El saludo de rigor. Recuerdo que estaba tranquilo. No lloraba. Sólo miraba. En las iglesias evangélicas se canta en los servicios (misas o velorios en la jerga católica apostólica romana). Los compañeros del colegio católico no entendían mucho. Después me entero que muchos pensaban que estaba dopado o algo así por lo tranquilo que estaba.
Hay que sacar el cajón porque el entierro será en Antofagasta. Eso lo recuerdo claramente. Era muy pesado. Entre ocho personas lo sacamos. Yo no quería. No tenía ganas. No encontraba necesario participar de ese rito. No me gustan los ritos. Y los adultos, sin entender mucho qué pasaba por la mente de una persona de 17 años, me "animan", me obligan a hacerlo. Tomo el asa y es muy pesado el cajón. Debo hacerlo con las dos manos.
Antes de partir se me acerca un tipo, no sé quién era, de unos 50 años. Me toma de los hombros, me mira y me dice: "Ahora tú eres el hombre de la familia, en tus hombros está la responsabilidad de cuidar a tu mamá y hermanas". Yo escucho y asiento.

Martes 10 de agosto. Antofagasta.
Víctor Molina era muy conocido. Por su trabajo, por su talento para el fútbol, por la iglesia. En fin. Vamos camino al Cementerio Parque San Cristóbal de Antofagasta. Vamos en el auto por la costanera. Miro hacia atrás y veo decenas y decenas de vehículos en el cortejo. Hasta un camión. El cementerio está lleno. Mamá vestía un abrigo rojo. Después la criticarían por ello. Yo usaba un terno de papá y una corbata roja.
Palabras de rigor, despedida de rigor, oración de rigor y muchos abrazos, besos y saludos. A esa altura estaba cansado. Mamá también. Mis hermanas igual. El evento social en que se transforma un funeral ya estaba terminando.

Miércoles 11 agosto. Calama.
Estoy en mi pieza en la casa de Calama. Fui al colegio. Estoy tendido con uniforme. Pantalón gris, camisa blanca, corbata y chaleco verde. La noche cae. La luz de mi dormitorio está apagada. Miro el techo y pienso en todo lo que viene. Es agosto. En diciembre rindo la PAA. Con papá habíamos acordado que iría a estudiar Derecho a Santiago. Qué será de nosotros, pensaba. Vivíamos en una casa que era de una empresa a la que ya no pertenecíamos.Todo era incertidumbre.
Y mamá entra. Creo que por primera vez en días hablo desde el corazón. Con miedo, le pregunto qué haremos, qué pasará con nosotros. Ella nunca trabajó. Me abraza y me dice que no me preocupe, que Dios nos cuida, que nunca nos faltará nada. Y así fue.

Hoy se cumplen 20 años desde la muerte del papá. Su voz ya no la recuerdo. Un par de veces creo haber soñado que converso con él, pero eso no alcanza a constituirse en recuerdos vívidos ni permanentes, son chispazos de algo que fue. A veces me río y lo que sale de mi garganta me recuerda a su risa. Pero es algo vago. Mi letra se parece a la de mamá. Trato de ver en mí qué tengo de Víctor Molina. Quizás la contextura física, pero creo que tengo más de mamá.

En estos 20 años el papá me ha hecho mucha falta. Sus consejos, acompañamiento, palabras y amistad. Sé que hubiéramos sido grandes amigos. Me faltó conversar con él. Conversar cosas de grandes. Conversar de la vida. Recuerdo que descubrí lo seco que era cuando estaba estudiando para Economía y no entendía nada. Me vio complicado y me preguntó qué pasaba. Le dije que no captaba, que todo lo que leía era chino mandarín para mí. Tomó el libro, revisó rápidamente el índice, "mmmmmm", y me explicó todo el libro en una hora. Fue una clase magistral. Lo que nunca le entendí al profesor en un semestre, mi papá me lo explicó en una hora. Y fue ahí cuando supe que mi padre era un tipo brillante.

Conservo grandes enseñanzas de vida de él, que sólo con los años entendí y comprendí. Siempre detesté que los fin de semana me tomara como su asistente personal para todo lo que se le ocurría. Todas nuestras casas tenía un taller. Creo que era lo único que le interesaba de una casa, que tuviera un taller, lo demás eran detalles que quedaban a cargo de la mamá. Con su taller de Calama, donde hasta cabía un auto, era feliz.
No sabía de mecánica, pero abría los motores y yo estaba toda la mañana pasándole herramientas cual arsenalero. Gracias a eso ahora no me asustan las herramientas. Lo mismo con las instalaciones eléctricas. Vamos cambiando enchufes, instalando lámparas, haciendo extensiones, arreglando planchas, lavadoras y aspiradoras. Notable fue cuando abrió su videograbadora Canon porque la pantalla titilaba y según él la arreglaría, pese a no saber nada de electrónica... cuando la cerró le sobraron decenas de piezas (qué hizo, fácil, se compró otra). Por eso no tengo drama en abrir y revisar. A veces resulta, a veces no. O cuando pasé todas mis vacaciones de invierno arriba de un techo porque se le ocurrió que había que cambiarlo y había que hacerlo con nuestras propias manos. Trabajé de 8 a 17 horas durante dos semanas. La paga fueron unos zapatos y unas zapatillas.

Eso quería demostrar. Que las cosas cuestan. Que nada es gratis. Que hay que esforzarse. Que todo se puede conseguir con voluntad y tenacidad. Cuando le decía que no podía, que no entendía, que no sabía...me respondía "si otros pueden, por qué tu no". Por eso me hacía cortar el pasto en la casa de Calama, que tenía un patio y jardín enorme, pese a que la empresa tenía una persona destinada para ello.
- Alexis, hay que cortar el pasto. Anda donde Don Raúl y dile que por favor te preste la máquina de cortar pasto y la orilladora.
Y allá partía yo. "Don Raúl, me podría prestar la máquina y la orilladora por favor, más rato se las traigo".
Tres horas demoraba en cortar todo. Mis amigos jugaban a la pelota y yo figuraba cortando el pasto. "Si puedes hacerlo tú, hazlo, aligerar la pega de los otros no es malo, Don Raúl ha estado toda la mañana en lo mismo, tú eres cabro, no te cansarás", me decía.

Cuando vivíamos en Antofagasta a comienzos de los 80, a papá le decían el "Pato Yáñez" del Curvo. Jugó en los clubes Libertad y Playa Blanca. Era bueno para la pelota. Habilidoso, inteligente para jugar, hacía goles y defendía bien. Un amigo de la familia siempre contaba la misma anécdota para graficar lo bueno que mi papá era para la pelotita. "Desde el fondo sale un centro largo, tu papá estaba defendiendo, comienza a correr de espaldas a la pelota y de repente tiene a los dos delanteros rivales presionándolo, también en busca de la pelota, uno a cada lado. Tu papá gira la cabeza, mira la pelota, vuelve a mirar adelante y acelera....y no preguntes cómo, de espaldas a la pelota, corre la cabeza justo en el momento preciso para que pase la pelota, la para, la domina  y comienza a correr más rápido para que los delanteros aceleren. Y de la nada frena en seco, da la media vuelta, los tipos pasan de largo y sale jugando como si nada, con toda tranquilidad....nunca más vi una jugada como esa", relataba.
Y como buen pelotero (le gustaba Everton, nunca entendí por qué), pretendió que su único hijo hombre siguiera sus pasos. Yo nunca fui habilidoso para la pelota. Pero eso no le importó. Decía que con trabajo todo se consigue. Y recuerdo que en Talca, con 8 años, me llevaba a una cancha de pasto a entrenar.  Todos los sábados. Pases, repeticiones, piques, centros, remates. Y así fue durante un tiempo. Dándose cuenta que la cosa no funcionaba mucho, que no había futuro, decidió que yo debía ser arquero. Y comenzó a entrenarme para ser portero. Penales, tiros libres, saltos, reflejos, voladas para allá y voladas para allá.
Me salvó la sabiduría materna.
- Víctor, no te das cuenta que a Alexis no le gusta el fútbol -le dijo un día la mamá.
- No sé, nunca me ha dicho nada.
- Te acompaña porque le gusta estar contigo, pero mírale la cara, no le gusta jugar fútbol, no se entretiene como tú.
- Ah.
Así terminó mi incipiente carrera futbolística. Pero el papá no se rindió conmigo, así que en cada ciudad donde vivíamos se buscaba un club amateur y me llevaba los fin de semanas a los partidos, a verlo jugar. Yo le lustraba los botines. Se los dejaba impeque. La paga era una empanada, bebida o cualquiera de las chucherías que venden en las canchas amateurs. La verdad nunca miré los partidos, me aburrían, pero siempre había algo que hacer para entretenerse por allí esperando que los 90 minutos llegaran a su fin. Igual él era feliz con mi "compañía".

Su gusto por la música es un legado en mi vida. Si me sé las canciones de la Nueva Ola, es por su culpa, por esos interminables viajes en auto en que sus cassettes sonaban una y otra vez. También The Beatles. Elvis Presley. Los Iracundos. Queen. De todo. Mucha música. Mucha. Todo el fin de semana sonaba su música. Equipos, parlantes, mezcladoras. Tenía de todo para disfrutar de lo que le gustaba.


Vivíamos en Tocopilla cuando papá se enfermó. Corría 1991. De tanto trabajo, se estresó. Se ahogaba, su cuerpo se paralizaba, sufría ataques de pánico. Varias veces lo trajimos de urgencia en ambulancia a Antofagasta. Llevaba muchos años a un ritmo endemoniado. Su refugio lo encontró en la iglesia. En Dios. Y decidió darse una pausa, descansar y renunció a su trabajo de 18 años. No hubo quién lo convenciera de seguir. Tenía 43 años. Cultivó un huerto en el jardín de la casa de Tocopilla (compró todo lo habido y por haber para que su huerto fuera lindo, productivo, multicolor...creo que esas "obsesiones" son una herencia). Dedicó horas y horas a la iglesia. Y se puso a maestrear como nunca.
De Calama le llegó una muy buena oferta laboral. Pero como no quería trabajar, puso muchas condiciones, algunas casi ridículas, para justificar su negativa. La empresa se las cumplió todas, así que la familia partió a Calama. No trabajó ni dos meses cuando le detectaron cáncer pulmonar. Tres años estuvo luchando. Decenas de viajes, quimioterapias, varias operaciones. Le sacaron un pulmón, pero porfiado como era igual se daba maña para salir a pedalear conmigo en Calama, a 2.800 metros de altura. Hubo una pausa, el cáncer estaba remitido. Fuimos muy felices en esos meses. Pero el cáncer volvió más agresivo que nunca.
Cansado de tanto viaje y tratamiento, decidió dejar todo de lado y esperar en Dios. Un milagro. O que se cumpliese su voluntad. Pasaba muchas horas del día en cama. Yo llegaba del colegio y me iba a su pieza a contarle lo que había aprendido, mostrarle mis pruebas, pedirle que me ayudara con los trabajo o narrarle las anécdotas del curso. Se reía, me acompañaba, pero con un esfuerzo sobrehumano. A veces sólo me miraba.

Han pasado 20 años y lo sigo extrañando. A veces pienso qué pensaría de mí, de lo que soy, qué conversaríamos. Tengo algunas certezas. Seguiríamos peleando porque yo soy de Colo Colo y él de Everton ("lo peor que me podía pasar es tener un hijo colocolino", me decía, aunque afortunadamente alcanzó a ver cuando levantamos la Copa Libertadores en 1991...y lo vi celebrar!!). Me seguiría repitiendo eso de respetar a las mujeres, a tu mamá, tus hermanas (la última vez que me pegó fue por hacer un chiste feo de mis hermanas). Me hablaría sobre tener siempre conciencia social. Sé que los fin de semanas me pediría ayuda para levantar el capó de su auto y arreglar desperfectos inexistentes. Sé que me hablaría mucho de Dios y todo lo que hizo en su vida. Y sé que seguiría esforzándose para que su hijo se convirtiera en un hombre de bien. Espero no haberlo decepcionado.

lunes, 5 de agosto de 2013

Acá está todo...

Tremenda frase de Mandela: "Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar.El amor llega de forma más natural al corazón humano que su contrario".
En el fondo, es lo mismo que "ama a tu prójimo como a ti mismo", axioma máximo de lo que debería ser la humanidad. Humanismo puro. Yo no lo consigo siempre, al contrario, en muy pocas ocasiones, a veces resulta, a veces no quieres hacerlo, pero supongo que intentarlo hace bien.

domingo, 4 de agosto de 2013

Echaba de menos las hojas...


Echaba de menos las hojas de los libros. En algún momento me declaré fundamentalista y defendí los libros clásicos que todos conocemos, esos con textura, olor y personalidad, ante la irrupción de los libros electrónicos.Qué mejor que doblar la punta de la hoja para marcar dónde quedaste.
Pero después, en flor de vuelta carnero, me compré un Kindle e hice una breve apología.Por cosas del destino y de ser volado, perdí el aparato. Pero me gustó tanto, es tan práctico, que me compré otro.Y así leí un libro tras otro. Hartos. Variados. Mucho Murakami. La trilogía Millenium. De todo un "cuantohay".
Y resulta que el encanto se acabó. Y básicamente porque siempre lees en el mismo formato, con la misma letra y el mismo soporte. Y quedas con la sensación de que lees un libro muy largo, eterno, cada texto sin importar el autor se transforma en un mero capítulo de una obra mayor, inorgánica, regida por la dictadura del Kindle.
Y así fue como me pillé echando de menos las hojas de los libros, los textos con identidad. Cada uno tiene tapas propias, diferentes tipos de cartón, de papel, de textura, suaves, ásperos, tipografías... Retomé las hojas con "Gog" (qué libro más loco) y con "Más allá del planeta silencioso" (Ransom es mi héroe).
Conclusión: que hay que tener los dos formatos al alcance de la mano, que no son excluyentes, al contrario, se complementan de la mejor forma.

jueves, 11 de julio de 2013

La profesión más linda del mundo


"¡Apóstata del periodismo!". Eso fue lo que me dijo un director y amigo cuando le dije que dejaba El Mercurio de Antofagasta después de más de 10 años de trayectoria. Estaba cansado de la rutina, los días largos, no tener fin de semana ni feriados. Salí para trabajar en comunicaciones corporativas.

- El periodismo es la profesión más linda del mundo, es lo tuyo, es lo que te gusta, por qué te vas -me dijo.
- Porque estoy cansado, quiero aprender otras cosas y ver qué sale -respondí.

Ha pasado un buen tiempo de esa conversación y el colega tuvo y tiene razón: el periodismo es la profesión más linda del mundo.

Contar historias, conocer gente, ayudar a las personas, son las cosas que te llenan de energía, que te componen el día, que te hacen olvidar las largas jornadas, las horas de escritura, el poco descanso, lo agotador de la edición. Todo. Finalmente, creo que es la posibilidad de ayudar y cambiar las cosas lo que mueve a los periodistas de la prensa.

Trabajar hasta las 4 ó 5 de la mañana en las ediciones especiales, esperar a la autoridad de turno para pedirle explicaciones por la polémica de rigor, que miles de estudiantes te griten "¡El Mercurio miente!", contar la historia de un perro cuya muerte impactó a la comunidad médica local, darle tribuna a quienes no la tienen, ayudar a la pobre mamá que perdió un bebé por negligencia o sacar cuentas como loco con los números del Simce y PSU. Todo eso y más echo de menos.

Y las anécdotas con los colegas, quienes se transforman en tu familia después de tantas horas, días y años juntos. Necesitaría mucho espacio y tiempo para recordarlas todas.  

Nunca pensé seriamente ser periodista, en algún momento quise ser abogado, pero ahora veo que siempre abracé el periodismo, desde que entré a una academia cuando tenía 10 años. Me atrapó el sacar fotos, hablar con la gente y después escribir todo lo que habíamos conversado. Siempre me gustó leer el diario. Siempre me gustó escribir. Siempre quise ser periodista. Nunca un apóstata.


miércoles, 3 de julio de 2013

Zooropa: 20 años



Hay discos buenos, discos muy buenos, discazos y discos esenciales. "Zooropa" de U2, para mí, entra en esta última categoría. Y por varios motivos. Acá cuatro:

  • Este 5 de julio cumple 20 años y lo escuchas y sigue tan vigente como cuando salió en 1993. Quizás si lo comparas con "Achtung Baby" no salga airoso, pero continúa siendo muy bueno.
  • Tiene ese temazo llamado "Stay (Faraway, So Close)", uno de los mejores de la discografía de los irlandeses. Además, el video es tremendo, con Nastassja Kinski. Qué más se puede pedir.
  • La hipnótica "Numb". Escuchar a The Edge cantar con ese tono monótono, bajo, monocorde, mientras el falsete de Bono hace el contrapunto, es alucinante.Y el video también es buenísimo.
  • Fue el primer CD que me compré. Ya tenía el reproductor portátil de CD (uno marca Samsung que aún conservo, que pesa como un kilo) y debía elegir el primer disco. No lo dudé nunca: Zooropa.


martes, 25 de junio de 2013

Murakami no te entiendo...

En los últimos meses he leído mucho a Haruki Murakami, un escritor japonés seco, capaz de crear mundos alucinantes, personajes entrañables y las historias más dementes. "1Q84", "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo", "Kafka en la orilla", "Tokio Blues", "Al sur de la frontera, al oeste del sol", "Sputnik, mi amor" y "After dark" son las novelas que he leído del que es considerado uno de los mejores novelistas de la actualidad.
Todo me encanta, excepto que no le entiendo mucho. Qué diablos significa que un hombre hable con los gatos, que haya dos lunas (una blanca grande, otra verde pequeña), no sé, ese tipo de cosas que se repiten una y otra vez en sus libros.
Tengo dos caminos: acepto todo literalmente sin más o trato de interpretar lo que Murakami quiere decir. Intenté mucho por la segunda vía y, la verdad, no me fue muy bien. ¿Es mi interpretación la correcta? Acaso existe aquello. La interpretación es subjetiva, por lo que debería dar lo mismo lo que yo entienda. El drama es llegar a la última página sin haber captado algo concreto.
Al final, opté por la primera opción, pero no logré matar el bichito de entender lo que hay entre líneas. Algunas ideas capto, pero el global sigue siendo un misterio. Por eso, para descansar de tanto mundo fantástico, dejé al bueno de Haruki en el velador por un rato.

lunes, 24 de junio de 2013

Luchando con las cajas

Hace más de dos años -uy, cómo ha pasado el tiempo-, escribí una entrada sobre las cajas que me acompañaban en el inicio de un viaje incierto. Contaba que eran cerca de 40 y que en ellas guardaba de todo un poco. Literalmente "de todo un poco". Nunca entendí del todo o supe explicar muy  bien por qué tenía esas cajas.
Las revisé, las reduje, regalé cosas, boté otras, las ordené. Me hizo bien ese proceso. Ahora necesito avanzar más aún. Creo que estoy listo. Puedo equivocarme, pero lo importante es no tenerle miedo al error. Una persona muy valiosa me enseñó eso. Me hace sentido. Mucho sentido. Ahora debo avanzar un paso más.
Al final tengo que cerrar los cajones que aún están abiertos y que no hacen más que ocupar espacio que necesito para otras cosas.