Ese es el recuerdo que tengo de la llegada de Tania. Ahora no sé si es un recuerdo real o yo lo inventé y de tanto repetirlo y contarlo en el tiempo, lo hice real en mi mente, aunque en la práctica no haya existido nunca esa vivencia.
Tengo esa duda y, a estas alturas, no tengo con quién contrastarla. Nunca le pregunté a mamá cómo fue la llegada de Tania a casa, si verdaderamente ella llegó en la Citroneta azul y yo estaba jugando en la calle. Me parece romántica la idea de acordarse de un hito familiar con ese nivel de detalle a pesar de haber ocurrido cuando era tan pequeño, pero tengo la leve sospecha -¿leve?- de que todo es inventado. Por qué lo inventé, cuándo construí esa imagen, quién la fomentó...no lo sé.
También tengo otro recuerdo de pequeño. Otra vez en Quillota. Yo jugaba en la orilla de una piscina y caigo al agua sin saber nadar. El pataleo desesperado me aleja de la orilla y avanzo hacia el centro de la alberca. Mi mamá se lanza a la piscina sin saber nadar y me rescata. Sé que todo lo que recuerdo de esta experiencia es lo que me contó mamá, porque en la imagen que tengo, que por lo demás es muy vívida, es la de un espectador, una tercera persona ajena que mira todo lo que ocurrió. Es un recuerdo con un buen montaje, porque me veo jugando, cuando caigo, cuando pataleo, me veo debajo del agua y luego a mamá lanzándose al agua. Sé que este es un recuerdo inventado, pero me gusta tenerlo y atesorarlo.
Cuántos de mis recuerdo de infancia son reales y cuántos inventados. Me habré caído y roto la boca por caminar con las manos en los bolsillos y no alcanzar a reaccionar en ...¿Vallenar?, realmente subía más rápido los árboles de la plazoleta de Copiapó porque usaba botas negras de cuero, de verdad un compañero me pegó en la cabeza antes de sacarnos una foto en el jardín infantil donde mi mascota era un payaso, es cierto que me acuerdo de que en un jardín veía Cenicienta o Blanca Nieves en una pantalla gigante a la espera de que llegaran a retirarme. No lo sé.