martes, 26 de agosto de 2008

Vértigo

Volando en el columpio a dos, tres, cuatro metros de altura, el vértigo se instala en mi cuerpo. Cabeza, brazos, piernas y sobre todo estómago. Cierro los ojos y me mareo. Pero sigo. Debo seguir.
Mi amigos me miran y esperan que salte. A unos cuatro metros del columpio hay una mesa. El juego es saltar y caer sobre el mueble. El verano en Talca (1984) era sinónimo de amigos y juegos de este tipo. No había consolas.
Me sigo impulsando siempre pensado si alcanzaré o no. "Ahora sí", me digo con una rara sensación que me sube desde las entrañas. Pero no. "Más vuelo, necesito más vuelo", pienso. Y continúo impulsándome.
Mis amigos están bajo un gran árbol, capeando el calor, a la espera de mi salto. Ya tres lo han hecho de manera exitosa. "Pero yo soy más chico", me justificó.
Después de eternos segundos columpiándome, disminuyo la velocidad, mi cuerpo se relaja y me bajo. No pude hacerlo. Me siento bajo el árbol, me apoyo en el tronco y miro callado.
Se sube un compañero un par de años mayor. El tiene experiencia. Comienza con el vaivén y cuando ya está en lo más alto, cuando las cadenas rechinan a más no poder, se libera del columpio. Vuela uno, dos, tres metros y cae entre la mesa y el árbol. Una fractura en el brazo y un esguince en el tobillo hicieron olvidar a todos que no pude saltar. "Menos mal", pienso.

1 comentario:

  1. Me acuerdo de ese juego, también lo intente un par de veces, no recuerdo bien si logré pasar o no la mesa, pero era de las que saltaba del columpio, lo que también recuerdo eran a los que caían sentados en la mesa... era algo doloroso...
    Buen recuerdo hermano.
    Salu2

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