lunes, 8 de junio de 2015

¡Baja el celular y deja ver!

Crédito imagen: Jean Jullien (www.jeanjullien.com)
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El 26 de febrero de 2006 aterrizó U2 en el Estadio Nacional de Santiago. Lo hacía con “Vertigo Tour” y con toda la parafernalia que envuelven a los irlandeses. No es una crítica. Me gusta U2, los sigo y tengo todos sus discos (el último es maometano nomás).

Después de muchas horas de espera en una eterna fila, con mis hermanas por fin pudimos entrar a cancha. Nos faltó poco para acceder al Golden Circle, del que habíamos hablado por horas y horas. Pero no quedamos mal ubicados. Estábamos justo por fuera del “círculo dorado”, apoyados en una reja, sin nadie adelante que nos estropeara la vista. No estábamos apretados y veíamos bien. Qué más se puede pedir con 70 mil personas rodeándote.

Pasó Franz Ferdinand (excelente banda para escuchar en vivo) y vino el turno de U2. Una, dos, tres canciones. Todos en éxtasis. Todos aprendimos inglés de manera mágica, de un instante para otro, para cantar junto con Bono. Y yo, al igual que muchos, saco mi teléfono celular para grabar algunos pasajes del concierto. Quería tener un valioso recuerdo del concierto. Eso es lo que tenía en mente.

Pero el juego de “expectativas / realidad” me golpeó duro cuando horas después me dispuse a mirar lo grabado. La imagen se veía mal -la verdad, muy mal- y el audio era pésimo. Bajé varios programas de edición para mejorar los videos, pero no había caso, los registros eran francamente malos. Charchas. Claro, en ese entonces la tecnología no me acompañaba mucho.

Tenía un celular Sony Ericsson que, si bien satisfacía las necesidades básicas, no era la última chupada del mate. Y así fue como aprendí algo que hasta ahora aplico sagradamente en los eventos o conciertos: no grabo nunca más. Prefiero que el concierto, las luces, los estímulos, la música, el público, entren directamente por mis sentidos, por mis ojos y oídos, y no por una pequeña camarita, por mucho HD que hoy nos ofrezca la tecnología. Uno se concentra en que la imagen esté encuadrada, que no te empujen y se te corra el celular, y terminas viendo el concierto por la pequeña pantallita del teléfono, dejando de lado el verdadero espectáculo, que es mirarlo, sentirlo, palparlo, vivirlo, saltarlo, cantarlo. Es ridículo.Te pierdes lo mejor.

Cuando U2 volvió al Nacional con su 360° Tour, el año 2011, me tomé un par de fotos al término del concierto, con la imponente “garra” de fondo. Nada más. Tenía mejor tecnología en el bolsillo, pero eso no importó. Durante el concierto canté, bailé, me moví en la cancha, fui, volví, libre, sin las ataduras de tratar de grabar bien o que la foto salga buena.

Para eso, para buscar buenos registros, está Youtube. Al otro día había cientos de videos del concierto mucho mejores de los que yo hubiera captado. Y algunos ultra fanáticos se dieron la pega de editar todo el show con videos grabados por el público. Quizás hay un tema generacional, donde los más jovencitos necesitan mostrar lo que hacen, sienten y piensan en “tiempo real”. Facebook, Twitter, Instagram, entre otros, nos empujan a eso. Yo prefiero la pausa.

Me acordé de todo esto a raíz de un artículo que El Mercurio publicó el fin de semana bajo el título de “Usted no lo haga: esos malos hábitos que tiene hoy el público de espectáculos", que apunta a la discordia entre vivir o registrar el momento con el teléfono inteligente, además de molestar al resto de la audiencia. En resumen, hay que ubicarse y no convertirse en el tipo odioso de turno.

martes, 2 de junio de 2015

Cómo es andar en una Fatboy...

Lo primero que hay que decir es que la Specialized Fatboy no pasa desapercibida. Ni en la tienda, ni en la calle, ni en el cerro. ¿Por qué tan así? Por sus ruedas mucho más anchas de lo normal. Son 26 x 4.6". What? El ancho de la rueda es de casi 12 centímetros. Es como de moto. ¿Cuál es la gracia de esto? Sigue leyendo.

Hace tiempo le había echado el ojo y quería probarla. En la tienda Rana Bike de Antofagasta trajeron una a la venta y, después de un tiempo, la habilitaron como test bike. La pedí prestada, le puse mis pedales automáticos y me fui en la mañana de un viernes a Las Lomas, uno de los circuitos más tradicionales del mountainbike en la ciudad.

La Specialized Fatboy usa unos neumáticos 26x4.6", lo que en chileno quiere decir que las ruedas tienen un ancho de casi 12 centímetros. Más del doble que un neumático normal.

Lo primero que hay que decir, es que el pedaleo es levemente distinto a una bicicleta con neumáticos normales. Las ruedas de la Fatboy son tan anchas, que obligan a un cuadro con geometría adecuada. El eje donde va el motor es más ancho y, por lo mismo, los pedales van más separados. Eso me incomodó al comienzo, me sentí como si estuviera montando un caballo, con las piernas muy separadas, me molestaban las rodillas, pero a los minutos uno se acostumbra.

La Fatboy que probé tiene un cuadro de aluminio y una horquilla rígida de carbono. Está equipada con X7 de 10 velocidades (acá más detalles técnicos). Pesa 14,4 kilogramos. No es liviana, pero tampoco pesada considerando el tipo de máquina que es.

Quienes han ido a Las Lomas, saben que la primera hora de recorrido es subida. No mucha pendiente, pero subida permanente. Salí de la tienda ubicada en la costanera y todos con los que me crucé miraban la bicicleta. Es raro ver algo así. Cuando andas por asfalto las ruedas ronronean mucho... rrr rrr rrr. En la Rotonda de la Minería comencé a subir y, curiosamente, no la sentí pesada. Llegué a los Jardines del Sur y tomé rumbo al cerro.

En la ruta tradicional, cuando dejamos la calle de los Jardines del Sur y comenzamos con la tierra, hay una subida pequeñita, un par de metros a lo más, pero muy empinada y con arena. Habitualmente paso con mi bicicleta por ahí (29x2.1"), pero debo aumentar mucho el ritmo para no quedarme enterrado. Con la Fatboy puse cambio liviano y pasé sin esfuerzo alguno. Esa fue la primera sorpresa. Sabía que sería más fácil pasar por la arena, pero nunca tanto.

Esta impresión la ratifiqué en los bancos de arena que hay más arriba, cuando ya estamos a medio camino hacia la primera bajada.

A la izquierda, la marca de la Fatboy pasando por la arena. A la derecha, la marca de una rueda normal. Como se ve, con la Fatboy pasas por la arena sin riesgo de enterrarte. Como si fuera cemento.

En la subida los 14,4 kilos no los sentí para nada, quizás por el entusiasmo, quizás por las ganas de llegar rápido a las bajadas y partir con la diversión. Como sea, la experiencia de andar en este modelo es entretenida. Es como un juguete, una golosina que se disfruta mucho.

Sigamos con el recorrido. Llegué a la primera bajada del circuito de Las Lomas, la que no es complicada ni demasiado técnica pero donde varios de nosotros nos hemos caído, al menos en las primera salidas a esa zona. El problema es que al término de esta hay un maldito arenal. Casi todos los que hemos bajado por allí, nos bajamos de la bicicleta, caminamos unos metros en el arenal y nos volvemos a subir donde el terreno es más compacto. De todas las veces que he pasado por allí, creo que en un par de ocasiones lo hice sin detenerme, pero era cuando entrenada mucho. Eso fue hace harto tiempo.

Después de sacar la foto de rigor, recuperarme un poco, me lanzo por la bajada y decido seguir por el arenal porque sé que la Fatboy me apañará. Dicho y hecho. Pasé por el arenal como si nada, ni siquiera se frenó la bicicleta o hubo amago de quedar enterrada. La sonrisa fue inmediata. Era casi ridícula la facilidad con la que pasé por el arenal.

La primera bajada de Las Lomas y abajo el arenal que nos corta el ritmo a todos. Con la Fatboy te comes el arenal.

Deben ser unos 200 metros de arenal y piedrecilla que usualmente se hacen con esfuerzo y mucho ritmo. Salvo que seas Absalon o Schurter, todos nos esforzamos un poco ahí. Con la Fatboy pasas tranquilo. Hasta ahí, esta máquina cumplía con mis expectativas. Grata experiencia, pero nada que me volara la cabeza.

Cuando realmente me sorprendí, fue cuando pude escalar la subida que está al final del arenal, la que tomas antes de dirigirte finalmente a la serie de "subeybaja" de Las Lomas. No es una subida muy larga, deben ser unos 20 metros, tampoco tiene mucha pendiente, pero sí harta arena. De todos los años que voy a este circuito, es primera vez que lo subo. Los primeros metros pasé sin problemas, cuando llegué hasta el punto donde siempre me bajo, vi que tenía piernas y agarre suficiente. Decidí seguir. Seguí, seguí y seguí hasta llegar arriba. El agarre de la Fatboy es atómico. Claro, quizás las lluvias de las semanas anteriores ayudaron a endurecer el terreno, pero qué más da, por fin pude subir, no me roben la alegría. Hasta allí todo bien.

Llegué a las muchas subidas y bajadas de Las Lomas. Con las subidas no hubo problemas. A pesar de los casi 15 kilos de peso, subes bien porque el ancho de las ruedas te da un agarre endemoniado. De hecho, la bajada con arena que hay a medio camino la hice sin problemas, pero me impresionó que pude subir por el sendero que todos hacemos a pie cuando vamos en nuestra bicicletas con ruedas normales. Acá pones primera, harto ritmo y llegas arriba. Otro punto para la Fatboy.

Después de esta bajada,que con algo de técnica la haces con cualquier bicicleta, viene un sendero diagonal de arena que te lleva hasta un plano, donde nuevamente comienzan las bajadas. Ese senderito lo puedes subir pedaleando con la Fatboy. Cuático.

Mi problema fue con las bajadas, sobre todo las más largas. Eché de menos la suspensión. La horquilla de este modelo es rígida y aunque la rueda gorda absorbe mucho impacto, tus brazos recienten la falta de un recorrido de 90 o 100 mm. Además, imagino que por el mismo tamaño de las ruedas, a veces se torna algo ingobernable la bicicleta y cuesta un poco más dirigirla por senderos o terrenos escarpados. Es como si quisiera siempre seguir derecho y hay que arriarla. Cuando salí de los toboganes y me dirigía al cerro que está arriba de El Huáscar -una recta larga, donde fácil alcanzas los 40 km/h- mis manos y brazos iban sufriendo mucho. Quería mi suspensión A-H-O-R-A. Hay una Fatboy con suspensión delantera, pero el precio sube bastante respecto a la que montaba.

Ya arriba de El Huáscar, antes de descolgarme por el arenal del cerro, le tomé algunas imágenes a la bicicleta. Tome aire y me lancé por el arenal que termina en la Happy. No tengo problemas en bajar por ahí con mi bicicleta, pero debo decir que siempre voy pendiente de ir controlado, porque la rueda delantera se mueve mucho y no cuesta nada que se entierre y tú salgas volando directo a tragar arena. Con la Fatboy no. Las bajadas por arenas se hacen fáciles, en terreno más duro hay que guiarla más.

Solo para seguir probando las bondades de esta máquina, me fui a la orilla de El Huáscar para pasar por arena de playa, el mismo tramo de las carreras de E-CL. Y pasó lo que debía pasar: por la arena pasas sin problemas. La misma experiencia tuvieron compañeros que la usaron en el Balneario Municipal de Antofagasta.

Regresé a la tienda, cambié mis pedales, tomé mi bicicleta y efectivamente comprobé que los neumáticos de las Fatboy son monstruosos, pero entretenidos de usar.

Lo bueno:
- La facilidad para pasar por la arena.
- Agarre en las subidas.
- La diversión.
- Las miradas sobre ti.

Lo malo:
- El peso.
- La falta de suspensión (hay modelos con suspensión).
- Se pone chúcara en las bajadas de terrenos duros y con mucho sendero.
- Incomodidad por pedalear con las piernas más abiertas de lo normal, a causa de lo separado de los pedales.

Conclusión:

¿Me compraría una Fatboy? Creo que ese es el problema de esta bicicleta, que en sí es exquisita y entretenida, pero no es una primera opción, tampoco una segunda, al menos para mí. Ya tengo una rígida y antes que una Fatboy, preferiría comprarme una doble suspensión. Pero esa es mi opinión personal. La pasas bien, pero en la arena, en circuitos no muy largos, ni trabados. Si tuviera muchas lucas, obvio que tendría una. Imagino usarla en Mejillones, Hornito, Punta Itata. Exquisito. La Fatboy tiene mercado, pero claramente no uno masivo.

Arriba de El Huáscar.

La Fatboy no pasa desapercibida. Sus ruedas son monstruosas.

Las cubiertas Specialized Ground Control Fat 26x4.6" son las responsables.


miércoles, 20 de mayo de 2015

¿XTR o XX? Lo que yo creo es...

La vida te obliga a tomar bandos a cada rato y uno obligado va y elije, a veces por tincada, otras por convicción y en algunas ocasiones por recomendación. Coca Cola o Pepsi. Canon o Nikon. Hamburguesa o churrasco. Cachantún o Vital. Oakley o Ray-Ban. Marraqueta o Hallulla. Margarina o Mantequilla.
En el mundo del mountainbike la cosa no es distinta. Tantas cosas lindas, buenas, pro y uno tiene que elegir, porque no se puede tener todo. Igual fome. Shimano o Sram es la decisión que dividen aguas entre corredores profesionales, amateur, empeñosos, novatos, lo que sea. Cada marca tiene gamas para todos los bolsillos y cada gama compite entre sí. En lo alto de la pirámide, mirando desde arriba, con poco peso, diseños lindos y precios carozzis, está XTR por Shimano y XX por Sram, las líneas tope de gama, la última chupá del mate, lo más que hay, harto brillo, titanio, carbono y un poco, pero sólo un poco, de aluminio. 
Los que no son ciclistas o conocen poco de este mundo, no saben lo difícil que es elegir cuando se trata de comprar frenos, pata cambio (esa cosita que va pegada en la rueda de atrás que hace subir y bajar la cadena), desviador (esa cosita que va arriba de los pedales que hace subir y bajar la cadena), shifter (esas cositas que van en el manubrio al lado de las manillas de frenos y uno mueve para pasar los cambios) o volante (no confundir con el manubrio, el volante son esos platos con dientes a los que están pegados los pedales).
Por cosas de la vida he tenido la oportunidad de probar ambos grupos, XTR y XX. ¿Veredicto? Los dos son buenos, funcionan impeque, son fiables, responden a la exigencia de los cerros y, claro está, ambos son igual de caros. Repito, a los que no están familiarizados con este mundo, les puede parecer una locura pagar miles y miles de pesos por un componente pequeñito. "!Pero con esa misma plata me compro una bicicleta entera¡", me han dicho más de una vez. Ok, vaya y cómprese esa bici, total, en cosa de gustos no hay nada escrito.
Acá un pequeño review desde mi experiencia de mountainbiker amateur engrupido. 
Los frenos XTR frenan bien. Ohhhhhh, la media epifanía que me mandé. Pero si lo pongo acá, es porque cuando estás bajando un cerro necesitas frenos fiables, que respondan rápido y seguro. No tienes tiempo de preocuparte si tus frenos funcionan o no, porque vas pendiente de otras cosas, entonces los frenos deben funcionar bien y listo. Todos lo hacen, pero con la firmeza de los XTR no. Pesan poco (para los "gramoadictos", enfermedad que en algún momento padecí, pero ya estoy medio curado), son bonitos, pero para mi gusto son "chiclosos", les falta algo de tacto para ver cuánto vas frenando. Eso después lo suples con el uso y con la costumbre.
Los frenos XX también son bonitos, también pesan poco, también frenan bien y también te cuestan un ojo de la cara. El pero que les encontré cuando los usé, es que cuesta hacerles mantención. Ok, yo no hago mantención, pero cuando necesité hacerla, ya era demasiado tarde, son engorrosos de mantener y más aún de arreglar. En ese sentido, son más delicados que los XTR, que además son más amigables para repararlos o acceder a repuestos. Tuve XTR, fui por XO, XX  y ahora volví a XTR. (Por qué tantas equis, me pregunto).
La pata de cambio XTR es suave para pasar los cambios, casi ni se siente, incluso puedes pasar varios de una sola vez y responde bien, además tiene una palanquita amarilla para dejarla más tensa o no, dependiendo del terreno. La XX es más dura, cuando pasas los cambios, tac tac tac, suena fuerte, pero te da una sensación de firmeza que es necesario en el cerro. Tuve una XTR, la rompí cuando choque con un cerro en las indómitas tierras de Purén, pasé a una XX usada que por usada me duró poco, así que me compré una XX nueva que me funciona impeque hasta hoy.
En cuanto a los shifter, no hay mucho que decir. Si tu pata de cambio es XTR, debes usar XTR; si es XX, debes usar XX. La ventaja del shifter Shimano es que son bidireccionales, es decir, independiente de cómo muevas la palanca, pasa el cambio. Los XX lo hacen en una dirección. Suena enredado, pero los que saben entenderán.
¿Qué más? Desviador. Según yo, mientras sea de gama alta funcionan bien, independiente de la marca. El precio lo determina el peso del producto, en la mayoría de los casos. 
Hay puristas que en sus bicicletas usan una sola marca para toda la dirección, full Shimano XTR o full Sramm XX. A eso se refieren cuando en los foros de compra y venta hablan de full XTR o full XX. En mi caso, yo soy más flexible (iba a poner promiscuo, pero me arrepentí), y hoy uso una saludable mezcla de ambas marcas, según yo, lo mejor de cada una. Pero, como ya dije antes, en gustos no hay nada escrito.
Ahora, una gran verdad que dicen los que saben, los maestros, los pro, los sabios del ciclismo: la bicicleta y sus componente no hacen al ciclista. Uno puede ser bueno con o sin tantas equis en la bicicleta, lo que vale es entrenar, ser constante y disciplinado.

viernes, 4 de julio de 2014

No me gusta el fútbol


No me gusta jugar fútbol. Nunca me gustó. Soy malo para el fútbol. Siempre fui malo para el fútbol. Desde chico fui consciente que no me gustaba jugar a la pelota y que era malo para la pelota. Pero en ese entonces, en los 80 y 90, el fútbol era el único deporte que se practicaba con frecuencia y dedicación en los colegios. Es que Chile es un país de pelotas y peloteros.
Cuando en el recreo o en las clases de Educación Física los mejores debían elegir a sus equipos, a mí siempre me señalaban al final. Nadie me quería en sus equipos.Y si el número de jugadores era impar, me iba al equipo que hacía el gol primero, pero me aceptaban a regañadientes.
Cuando estaba en cuarto básico, en el Instituto de Rancagua, estábamos jugando a la pelota en Educación Física. Las clases se restringían a correr un rato y después jugar al fútbol. Como nunca fui hábil con el balón en los pies, inconscientemente me ubicaba atrás, como defensa. Entendí que era más fácil marcar que crear, destruir que construir, pegar que habilitar. Desde el área contraria sale un pelotazo alto, con potencia. El balón viene directo a mí, sé que debo cabecear, pero no sé cabecear, así que me quedo quieto y recibo el pelotazo en mi rostro. Siento la cara caliente. No sé si por el golpe o por las risas de mis compañeros.
No sé por qué soy tan malo para la pelota. Mi papá era muy buen futbolista. Tenía técnica, buena pegada, buena visión de la cancha, habilitaba, marcaba y hacía goles. Jugaba como Vidal. Mi abuelo, mi tío, mi primo, mi otro primo...todos buenos para la pelota. Yo no. Los zapatos de fútbol que tuve los usé para jugar béisbol en Tocopilla.
En Calama, al frente de mi casa, había pasto y cancha de baby. Jugaba con mis amigos. Ellos eran buenos. Yo no. Pero éramos tan pocos que siempre me incluían. Jugábamos arco-arco. Hacer goles de un arco al otro. Yo con suerte llegaba al otro arco. Puntete era mi tiro preferido. El único que me salía con algo de fuerza. Si quería pegarle borde interno, colocarla, apenas pasaba la mitad de cancha. Lo mismo borde interno. Sólo recuerdo que una vez me salió un golazo. Lo raro es que le pegué con la zurda y tengo la certeza de que no soy zurdo.
En el Instituto Obispo Luis Silva Lezaeta de Calama, para el aniversario, se realizaba un campeonato de fútbol. Era lo más esperado. Todos los lolitos se preparaban para jugar. Hasta entrenaban. Los niños jugaban, se pavoneaban, se barrían, corrían, saltaban, marcaban goles; y las niñas hacían barra, saltaban, coquetas. El sempiterno juego de la selección de especie de la enseñanza media.
Yo estaba mirando y un compañero sale lesionado. No teníamos más jugadores, así que me piden que entre para completar los 11. Esa era mi única misión. Completar los 11. Al igual como cuando chico, me retraso naturalmente, al bordeo del área grande. Ganábamos 2-0 y con ese resultado avanzábamos a la siguiente fase. Estábamos en el segundo tiempo. Por el calor de Calama jugábamos 40 minutos por lado.
Como nunca, ganábamos. Teníamos el partido controlado. O tenían, porque yo no hacía mucho. De repente un delantero del "B" (nosotros éramos el "C") sale en fuga, con la pelota controlada. Salgo a marcarlo. El árbitro cobra falta. Me dice que usé las manos para detenerlo. Yo estoy seguro que no fue así. O quizás sí. La verdad es que no sabía marcar bien. !Tiro libre!
El delantero ubica la pelota, armamos la defensa. El árbitro pita. El jugador le pega fuerte, la pelota sobrepasa nuestra defensa por alto, me doy vuelta y veo cómo la pelota se cuela en el lado izquierdo del arco. La volada de nuestro arquero no fue suficiente. Son grandes los arcos. Miden 2,44 metros de alto y 7,32 metros de ancho. En la tele no se ven tan grande. Si te paras bajo un arco, te das cuenta que cuesta mucho cubrirlo o llegar a todas las pelotas si van bien colocadas. Esta iba bien colocada. No pude evitar sentirme mal. Ese gol fue mi responsabilidad. Fue mi culpa. Yo cometí la falta.
Faltaban unos 5 minutos para que terminara el partido. 5 minutos para clasificar. Otro pelotazo y el delantero rival sale raudo detrás de la pelota. Corro a su lado. Debo marcarlo. Miro la pelota. Quiero tocarla, sacársela, pero no alcanzo. Pienso agarrarlo de la camiseta, pero el árbitro cobrará otra vez falta. Así que lo persigo. Pero el tipo es rápido hábil. Llega al borde del área grande y patea fuerte, abajo, recto. El arquero vuela pero no llega. Gol. Empate. 2-2. Otra vez mi culpa. Al rato termina el partido y quedamos eliminados. No sé qué habrán pensado mis compañeros, pero me sentí culpable de la eliminación de mi curso.
Creo que en la universidad alcancé mi peak como futbolista. Jugábamos sólo baby fútbol. Como era malo, corría harto. Debía compensar mi falta de talento. Correteaba todo el rato a los delanteros y cuando lograba quitarles el balón, se lo pasaba a compañero más cerca. En los 5 años de universidad, con suerte, habré marcado un par de goles. Recuerdo un partido en que me salió todo lo que intenté. Pero como era un amistoso, un picado, no tuvo mayor relevancia.
Ya viejo, sobre los 30 años, con los amigos formamos el club "Don Raúl". Jugábamos todos los viernes en la noche. Puros viejos cracks. La idea era botar las tensiones de la semana y pasar un buen rato. Me gustaban esos partidos, porque no había competencia, no jugábamos por ganar, solo pasarla bien. Pero igual era malo. El más malo de todo. Pero era uno de los organizadores, así que mi presencia estaba segura en la cancha. Rojos y blancos. Esos eran los equipos. Alternábamos. Jugamos casi tres años. Creo que marqué un par de goles. No sé cuántos. No muchos. Sé que uno al menos. Lo recuerdo. Un tiro de esquina, yo parado en el borde del área grande, la pelota llega a mi de rebote, le pego y entra al arco. Fue golazo. Lo celebramos mucho porque yo nunca hacía goles.
Como hincha también soy malo. Me gusta Colo Colo. Pero no veo los partidos, no me sé los nombres de los jugadores, no llevo el recuento de puntos y no me entero de los resultados hasta verlos al otro día en el diario. Mi época de seguidor acérrimo fue con Colo Colo 91. Me sé el nombre de varios jugadores de ese histórico plantel. Del equipo de hoy no puedo decir lo mismo.
Veo los partidos de la Roja. Me interesan los de las clasificatorias y los mundiales. No los amistosos. Quizás soy hincha exitista. Vi los partidos contra Australia, España, Holanda y Brasil. Me alegré con los triunfos y me dio lata por las derrotas. No llegué al extremo de sufrir por la eliminación del Mundial. Tengo amigos peloteros, con hijos peloteros. Es entretenido verlos sufrir y reír por el destino del balón. Creo que esa es la gracia del fútbol. No lo que pasa en la cancha con los 11 jugadores, sino todo lo que genera, las historias que cada hincha cuenta, cómo ven los partidos, lo que les genera. Me entretiene más lo que pasa fuera dela cancha.







jueves, 3 de julio de 2014

Ovni en Antofagasta


Nota publicada en El Mercurio de Antofagasta el 29/05/2011


Viernes 14 de noviembre del año 2003. Aeropuerto Cerro Moreno de Antofagasta. A los pocos minutos de levantar vuelo desde la losa con destino a Iquique, la tripulación del Boeing 737-200 capta una situación que escapa a toda lógica.
Son las 00:26 horas y el piloto y copiloto ven acercarse a gran velocidad y en descenso hacia la nave de pasajeros tres luces esféricas que forman un triángulo. El tamaño de cada una de ellas es menor al de un balón de fútbol. Vuelan en perfecto orden.
Tan imprevista y sorpresiva es la aparición de estos objetos, que el copiloto, que llevaba el mando de la nave, se ve obligado a realizar un rápido viraje hacia la derecha. La maniobra de emergencia permite esquivar las luces, las que pasan a menos de un metro del parabrisas por el lado izquierdo de la cabina.
La torre de control no captó nada, tampoco los radares. Pero piloto y copiloto coinciden en sus declaraciones. Ambos están seguros de lo que vieron y lo reportaron al Comité de Estudios de Fenómenos Aéreos Anómalos (CEFAA), organismo dependiente de la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC). El episodio puso en riesgo la seguridad del vuelo y la situación debía investigarse oficialmente.

INVESTIGADORES
El CEFAA, como lo indica su nombre, recopila y analiza casos aeronáuticos que no tienen una explicación lógica, al menos en primera instancia, y que pueden poner en jaque las operaciones aéreas. En resumen, lo que comúnmente se conoce como fenómeno ovni (objeto volador no identificado).
En sus más de 10 años de funcionamiento, esta agencia ha indagado 39 casos aeronáuticos debidamente reportados por pilotos, tanto comerciales como de las Fuerzas Armadas, ocurridos a lo largo del territorio. Entrevistas, análisis de evidencia instrumental, radiofónica y testimonios son sus metodologías.
El director ejecutivo del CEFAA, el controlador de tránsito aéreo Gustavo Rodríguez, explica que la mayoría de los casos notificados provienen de instituciones ligadas a la aeronáutica y muy pocos los que llegan a través de particulares.
De los 39 fenómenos aéreos anómalos estudiados por el organismo, integrado por expertos de diversas áreas, 10 no han sido aclarados. "Pendientes", dice Rodríguez. Pero, en estricto rigor, son casos que se ajustan a la definición de ovni. Uno de ellos es el ocurrido en Antofagasta el 14 de noviembre de 2003. El último reportado desde la región.

TESTIMONIOS
- "Eran tres esferas blanquecinas, fosforescentes, de igual intensidad, muy intensas, dispuestas en forma triangular, con una separación entre ellas de no más de un metro, se nos venían encima", es parte del testimonio que el comandante de la nave que despegó desde el aeropuerto antofagastino esa noche entregó al CEFAA y que por primera vez es desclasificado.
-"Mi primera reacción instintiva fue agacharme hacia el piso porque pensé que chocábamos. Yo vi esas esferas absolutamente independientes, en formación exacta, triangular. El susto fue grande y no tengo explicación", agregó el piloto.
El relato del copiloto es parecido, hay coincidencias, sin embargo, al estar al mando de la nave, percibió el episodio con más detalle y aseguró que no eran tres luces aisladas, sino una estructura mayor, una con masa metálica.
- "A los pocos minutos de haber despegado, observo una masa oscura, de forma triangular, que se viene encima de la aeronave. Se aproxima rápidamente en ángulo de colisión con nosotros y me la saco de encima con un viraje a la derecha", dijo en su declaración ante los investigadores del CEFAA.
-"Al pasar muy cerca nuestro, observo que es un objeto metálico, de color gris acerado y pasa muy velozmente cerca de la ventana del comandante de la nave", describe el aviador.
-"Consultamos al centro de control si tiene algún tráfico, informe de pájaros o algo por el estilo; la respuesta fue negativa. El susto fue mayúsculo".
La tripulación fue el único testigo del fenómeno que, estableció el CEFAA a la luz de los testimonios, no duró más de dos o tres segundos. Ya está dicho, las luces se desplazaban a gran velocidad.
"Este caso está pendiente, porque no hemos podido encontrar una explicación lógica pese a todos los esfuerzos desplegados, es uno de los casos que tenemos sin resolver", aseguró a este Diario el secretario ejecutivo del CEFAA.

ARICA Y OVALLE
Otros episodios ocurridos en el norte chileno, y que tampoco han sido aclarados, son los llamados casos Arica y Ovalle. Gustavo Rodríguez descarta que en esta parte del territorio haya más avistamientos o exista una "zona caliente", como comentan los ufólogos aficionados.
"Los ufólogos, la gente civil que se dedica a estudiar este asunto, difunde características que no son tan ciertas, como que en la zona norte se ven más casos que en la zona sur, son sólo impresiones", afirma el experto.
A las 21 horas del 7 de octubre de 1997 un avión del Ejército realizaba un vuelo de práctica instrumental en el aeropuerto de Chacalluta (Arica). El piloto reportó una luz al oeste que cambiaba de posición a gran velocidad. La torre de control recibió llamados de ariqueños advirtiendo el mismo fenómeno.
"Un par de noches consecutivas tanto la gente de la ciudad como personal de aeropuerto de Chacalluta vio manifestaciones luminosas que no tenían ninguna explicación ni relación con el tráfico conocido", contó Rodríguez. Este hecho, que tampoco tiene "explicación prosaica", fue el que dio origen a la creación de CEFAA por parte de la DGAC.
El caso Ovalle es más reciente. El 22 de noviembre de 2009 una persona que practicaba aeromodelismo tomó una fotografía de un pequeño avión pronto a aterrizar. Nada raro hasta ahí. Pero luego al ver la imagen en detalle, sobre el pequeño biplano apareció un objeto no identificado.
CEFAA recibió la fotografía, la analizó, pero no llegó a conclusión alguna. El comité envió el archivo al Centro de Información Nacional de Fenómenos Aéreos Anómalos de Estados Unidos (Narcap, por sus siglas en inglés).
En julio del año pasado estuvieron los resultados. Rodríguez detalla: "El estudio nos indicó que era un objeto sólido, no era ni sombra, ni reflejo de luz o un pájaro, lo que nos dejó bastante intrigados, lo tenemos como un caso no resuelto y pendiente, pero en estricto rigor es un caso ovni".

ANÁLISIS
El sicólogo clínico Crystian Sánchez es parte del comité externo de expertos que asesora al CEFAA. Esta semana visitó Antofagasta para dictar una charla sobre el fenómeno ovni en el Instituto de Astronomía de la Universidad Católica del Norte.
El académico asegura que la "veracidad del testigo" es clave al momento de indagar los fenómenos, aspecto al que el CEFAA presta especial atención. "Para ello hago un examen clínico, me cercioro que la persona esté coherente en su discurso, es decir, que no tengamos a un sicótico contándonos un discurso".
Y el perfil de los pilotos responde a esta característica, gente con formación racional, profesional, que no está dispuesta a inventar situaciones.
"En este momento estamos investigando un par de casos muy interesantes, pero no podemos divulgar la información, es 'top secret' hasta que la liberemos, no con un fin de ocultar información, sino que por razones técnicas, porque cuando los casos comienzan a aparecer en los medios, hay testigos que comienzan a tener disidencias, porque muchos están en servicio activo".
Astrónomos, controladores aéreos, meteorólogos, inspectores de aeronaves y expertos en química, temas aeroespaciales y sicólogos, son algunos de los expertos que asesoran al CEFAA en su misión.

RECOPILACIÓN
El comité trabaja en un proyecto para cruzar todos los datos recopilados que han pasado los filtros del organismo, incluyendo los primeros avistamientos reportados por pilotos en la década de los 40, para obtener datos que permitan mejorar la seguridad aérea.
"Estos objetos que no sabemos qué son, han aparecido en el espacio aéreo y han ocasionado en algún momento interferencias con aparatos electrónicos y con naves de aviación militar como civil, este trabajo está orientado a proteger las rutas aéreas, esa es la misión", afirmó Sánchez.


jueves, 6 de febrero de 2014

El minuto eterno


El otro día pedaleaba. Subía un cerro. Mucha inclinación. Me dolía la espalda. Pero quería llegar a la cumbre. Se veía cerquita, a la mano, un par de cientos de metros y listo. Pero no. Eran kilómetros. Subía a 1-1, la relación más liviana. Eran cerca de las 13:00 horas. El calor del verano me castigaba. Me estaba derritiendo. Esa era la sensación. No importa. Voy a llegar. Quiero llegar. Veo en el Garmin la distancia recorrida, la ascensión acumulada, la velocidad, la cadencia. Todo eso. Todas esas cifras que a uno le gusta tener y que marean.Y se me ocurrió ver el reloj. La hora. 12:46 horas. Y pedaleo. Y pedaleo. Y no saco la vista del reloj. Las 12:46. Y pedaleo. Y pedaleo. Y sufro. Y sufro. La espalda me recuerda lo duro que son los ascensos. Eso lo aprendí en Purén. Ahora lo revivo en los cerros de Iquique. Miro otra vez el reloj. Las 12:46. Maldición. Esto no avanza. No avanzo. Pienso en algún momento que se echó a perder el Garmin. Se quedó pegado, pienso. Y vuelvo a mirar. Las 12:46. Qué onda! En mi mente ha pasado como 3 minutos y las 12:46 no cambia. Mi cuerpo siente que ha pasado 5 minutos y las 12:46 no avanza. El minuto eterno. El sufrimiento me regala un minuto eterno. El reloj cambia y las 12:46 queda atrás, para dar paso a las 12:47. Otro minuto que casi se me hace eterno, pero decido no mirar más el Garmin y pedalear con la vista al frente.
He tenido varios minutos eternos en mi vida. Esos momentos en que lo que vives, lo que piensas, ese lapso de tu vida, te exige concentración, te pide una decisión, te pone en entredicho, te cuestiona, te hace mirar al espejo, te pide una explicación, te incomoda, te obliga a mirar algo que no quieres, a enfrentar un minuto que preferirías dejar escapar, dejar pasar, pero que no termina nunca. Que esta copa pase de mí.
¿Ansiedad? También ha pasado. Hay un trayecto que recorro con frecuencia el último tiempo que se me hace eterno. Son 30 minutos. Pero la impaciencia por llegar multiplican esos minutos. Y de lejos veo mi destino. Pero no avanzo. El tiempo me hace una mala jugada y todo demora más. El minuto no dura  60 segundos, dura 100, 150, 300 segundos. Pero acá el final es feliz. Es lo que quiero.




martes, 7 de enero de 2014

El prontuario


En Ñuñoa la casa quedaba a un par de cuadras de la entonces avenida Macul. Con 9 años y pese a los convulsionados años 80, mamá se sentía segura y nos enviaba a comprar a un supermercado Unimarc, cuando la cadena era propiedad de Frafra Errázuriz.
Siempre me daba una vuelta por el pasillo de juguetes. Era entretenido. Alucinaba con los Playmobil y los autos Majorette y Matchbox. Tomaba los juguetes, los miraba, me imaginaba jugando con ellos y los dejaba en las repisas. Ese era el ritual.
Pero un día todo cambió. Seguramente vestido a los Félix de Los 80 en las primeras temporadas (usé zapatillas North Star, pero tenía unas Spoga que eran lo máximo), estaba mirando los juguetes cuando veo a unos niños mayores, de unos 13 o 14 años. Los autitos estaban en un mostrador que giraba, como esos donde exhiben los lentes. Venían en pequeñas cajas.
Uno de ellos toma un auto y  lo esconde bajo el pantalón, a la altura de la entrepierna. El otro hace lo mismo. Los sigo con la mirada y salen del supermercado como si nada, tranquilos, riendo, cero nervio, con un botín preciado para ellos y, desde ese entonces, codiciado por mí. Me habían abierto los ojos. Ya no necesitaba tener los $300 para comprar el Corvette que me gustaba ni el Mustang con "patones".
Seguí yendo al supermercado, pero con la idea incubada, como en Inception. ¿Hay algo más fuerte que una idea en a cabeza de un niño? Compraba el pan, la mantequilla, el papel higiénico y partía al pasillo de juguetes a mirar los autitos. Los tocaba, los apreciaba, los observaba desde distintos ángulos, brillantes, nuevos de paquete, y los dejaba en el mostrador.
Hasta que un día me atreví. Tomé el Corvette, miré a la izquierda, a la derecha, y lo escondí bajo mis pantalones. "No era tan difícil", pensé. Tratando de disimular los nervios, me acerco a la caja registradora y pago la compra. Recibo el vuelto, doy media vuelta y me encamino a la salida. Dejó atrás la línea de cajas y respiro tranquilo. "Lo logré". No fue así. Un guardia se acerca a mí. Me asusto.Espero lo peor.
- ¿Qué llevas ahí?
- ¿Dónde?
- Allí- responde y me indica el pantalón.
- Nada - le digo a todas luces nervioso y con ganas de llorar.
- Ya, acompáñame entonces.
Lo sigo a una pequeña oficina ubicada a un costado del acceso principal del supermercado. Es un lugar oscuro, con persianas en el ventanal, con un escritorio de madera café sobre el que hay muchos papeles, un par de sillas y uno afiches de productos de supermercado.
- Ya, entrégame lo que sacaste- dice directo, seguro, sin dejarme espacio para seguir negando lo innegable.
Me meto la mano en el pantalón y sacó el Majorette. Era un Corvette Rojo. Lindo.
- Voy a llamar a los carabineros para que te lleven preso porque eres un ladrón, lo que acabas de hacer es robar.
Yo lo miro con los ojos llorosos. Estaba destrozado.
- ¿Dónde vives?
- A la vuelta, en Las Encinas con Exequiel Fernández.
- ¿Sabe tu mamá que andas robando?
- No, no sabe, es primera vez que lo hago.
No sé qué cara habré puesto. Tenía miedo genuino. Estaba muy asustado. Pero el rudo guardia se apiadó.
- Ya, ándate a tu casa, pero si te vuelvo a pillar robando, voy a llamar a tu mamá.
- Bueno.
Me di vuelta y me fui corriendo a casa. No miré nunca para atrás. Pensé que alguien me venía siguiendo. Dejé el pan en la mesa y me encerré en mi pieza. Estaba tiritando. En algún momento me imaginé en la cárcel o algo por el estilo.
Por años guardé esta anécdota. Ya en la universidad se la conté a mamá. Ella se rió.
- ¿Me hubiera castigado?
- No creo, te hubiera defendido, porque sé que no eras malo, quizás travieso, torpe, pero no malo.
Qué hubiese pasado si el guardia no me pilla. Habría seguido delinquiendo. Habría conseguido la mejor colección de autitos de la cuadra. Hoy sería un delincuente. No sé. No creo. ¿O sí?