Crédito imagen: Jean Jullien (www.jeanjullien.com)
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El 26 de febrero de 2006 aterrizó U2 en el Estadio Nacional de Santiago. Lo hacía con “Vertigo Tour” y con toda la parafernalia que envuelven a los irlandeses. No es una crítica. Me gusta U2, los sigo y tengo todos sus discos (el último es maometano nomás).Después de muchas horas de espera en una eterna fila, con mis hermanas por fin pudimos entrar a cancha. Nos faltó poco para acceder al Golden Circle, del que habíamos hablado por horas y horas. Pero no quedamos mal ubicados. Estábamos justo por fuera del “círculo dorado”, apoyados en una reja, sin nadie adelante que nos estropeara la vista. No estábamos apretados y veíamos bien. Qué más se puede pedir con 70 mil personas rodeándote.
Pasó Franz Ferdinand (excelente banda para escuchar en vivo) y vino el turno de U2. Una, dos, tres canciones. Todos en éxtasis. Todos aprendimos inglés de manera mágica, de un instante para otro, para cantar junto con Bono. Y yo, al igual que muchos, saco mi teléfono celular para grabar algunos pasajes del concierto. Quería tener un valioso recuerdo del concierto. Eso es lo que tenía en mente.
Pero el juego de “expectativas / realidad” me golpeó duro cuando horas después me dispuse a mirar lo grabado. La imagen se veía mal -la verdad, muy mal- y el audio era pésimo. Bajé varios programas de edición para mejorar los videos, pero no había caso, los registros eran francamente malos. Charchas. Claro, en ese entonces la tecnología no me acompañaba mucho.
Tenía un celular Sony Ericsson que, si bien satisfacía las necesidades básicas, no era la última chupada del mate. Y así fue como aprendí algo que hasta ahora aplico sagradamente en los eventos o conciertos: no grabo nunca más. Prefiero que el concierto, las luces, los estímulos, la música, el público, entren directamente por mis sentidos, por mis ojos y oídos, y no por una pequeña camarita, por mucho HD que hoy nos ofrezca la tecnología. Uno se concentra en que la imagen esté encuadrada, que no te empujen y se te corra el celular, y terminas viendo el concierto por la pequeña pantallita del teléfono, dejando de lado el verdadero espectáculo, que es mirarlo, sentirlo, palparlo, vivirlo, saltarlo, cantarlo. Es ridículo.Te pierdes lo mejor.
Cuando U2 volvió al Nacional con su 360° Tour, el año 2011, me tomé un par de fotos al término del concierto, con la imponente “garra” de fondo. Nada más. Tenía mejor tecnología en el bolsillo, pero eso no importó. Durante el concierto canté, bailé, me moví en la cancha, fui, volví, libre, sin las ataduras de tratar de grabar bien o que la foto salga buena.
Para eso, para buscar buenos registros, está Youtube. Al otro día había cientos de videos del concierto mucho mejores de los que yo hubiera captado. Y algunos ultra fanáticos se dieron la pega de editar todo el show con videos grabados por el público. Quizás hay un tema generacional, donde los más jovencitos necesitan mostrar lo que hacen, sienten y piensan en “tiempo real”. Facebook, Twitter, Instagram, entre otros, nos empujan a eso. Yo prefiero la pausa.
Me acordé de todo esto a raíz de un artículo que El Mercurio publicó el fin de semana bajo el título de “Usted no lo haga: esos malos hábitos que tiene hoy el público de espectáculos", que apunta a la discordia entre vivir o registrar el momento con el teléfono inteligente, además de molestar al resto de la audiencia. En resumen, hay que ubicarse y no convertirse en el tipo odioso de turno.
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