miércoles, 23 de marzo de 2011

"Está la muerte..."

En una empresa de amortajamiento, tres japoneses comen pollo. Claramente lo disfrutan.
- ¿Cómo están?, pregunta uno.
- Están de muerte, responde otro.
Es una escena de humor negro de la película "Departures" (fue extrañamente traducida como "Final de partida"), que toma fuerza gracias al clásico ceremonial que los nipones le agregan a todo evento. No hay risas. Sólo el comentario, genial en el contexto.
Cuando vi la escena me acordé del dicho "está la muerte" y de la primera vez que lo escuché. Fue en el verano de 1985. Tenía 9 años. Vivíamos en Santiago. Tras una tarde de piscina en el Estadio Nacional, caminábamos con mi primo mayor de regreso a casa. Un vendedor nos ofreció helados. Eran unas paletas de agua, Manhattan creo que era el nombre de fantasía. "Estos helados son la muerte", nos dijo el tipo.
Mi cabeza comenzó a volar. "¿Helados que son la muerte?", pensé. ¿Qué era eso? ¿Los comías y morías? ¿Eran peligrosos? ¿Era legal vender algo así?
-¿Por qué son la muerte?, le pregunté a mi primo, un par de años mayor, esperando una respuesta aclaratoria.
- Porque sí, porque son ricos, los comes y son la muerte, me dijo.
- ¿Pero si los comes te mueres, cómo es eso de la muerte?, insistí.
- No puh tonto, se rió. Se dice "están la muerte" porque son ricos.
No entendí, pero no quise preguntar otra vez. Claro, en el mundo de los niños las cosas suelen ser o no ser, blanco o negro, son totales, el momento es todo, nada de matices ni interpretaciones. Y, obvio, los dichos no están hechos para entenderlos, sólo para repetirlos.

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