En una empresa de amortajamiento, tres japoneses comen pollo. Claramente lo disfrutan.
- ¿Cómo están?, pregunta uno.
- Están de muerte, responde otro.
Es una escena de humor negro de la película "Departures" (fue extrañamente traducida como "Final de partida"), que toma fuerza gracias al clásico ceremonial que los nipones le agregan a todo evento. No hay risas. Sólo el comentario, genial en el contexto.
Cuando vi la escena me acordé del dicho "está la muerte" y de la primera vez que lo escuché. Fue en el verano de 1985. Tenía 9 años. Vivíamos en Santiago. Tras una tarde de piscina en el Estadio Nacional, caminábamos con mi primo mayor de regreso a casa. Un vendedor nos ofreció helados. Eran unas paletas de agua, Manhattan creo que era el nombre de fantasía. "Estos helados son la muerte", nos dijo el tipo.
Mi cabeza comenzó a volar. "¿Helados que son la muerte?", pensé. ¿Qué era eso? ¿Los comías y morías? ¿Eran peligrosos? ¿Era legal vender algo así?
-¿Por qué son la muerte?, le pregunté a mi primo, un par de años mayor, esperando una respuesta aclaratoria.
- Porque sí, porque son ricos, los comes y son la muerte, me dijo.
- ¿Pero si los comes te mueres, cómo es eso de la muerte?, insistí.
- No puh tonto, se rió. Se dice "están la muerte" porque son ricos.
No entendí, pero no quise preguntar otra vez. Claro, en el mundo de los niños las cosas suelen ser o no ser, blanco o negro, son totales, el momento es todo, nada de matices ni interpretaciones. Y, obvio, los dichos no están hechos para entenderlos, sólo para repetirlos.
miércoles, 23 de marzo de 2011
viernes, 18 de marzo de 2011
Sin rotulados
Son cerca de 40 cajas las que hoy guardan gran parte de mi vida. Hay de todos los tamaños. Grandes, medianas y pequeñas. Todas de cartón. Por fuera se ven iguales, pero en el interior hay de todo, libros, ropa, juguetes, música, papeles, películas, libros, fotos...recuerdos. Las cosas que llegaron allí pasaron por una selección. Si no fueron a la basura o las regalé fue porque me importan. Cuánto. No lo tengo claro aún.
Lo simpático de todo es que sé que estarán ahí por semanas, meses y quizás años. Me importan, pero no lo suficiente para el desempaque. Quería una mochila liviana, pero a cambio conseguí decenas de cajas de cartón. Unas arriba de otras. Ahí están.
Apiladas en la sala, con sus distintas dimensiones, conforman una mini ciudad, como en el final de El Ciudadano Kane, cuando la cámara se eleva y muestra un desparramo de recuerdos, chucherías, cachivaches, lujos y reliquias, todo mezclado, sin rotulados. Pero la gran diferencia es que acá no hay un Rosebud. Es rara la sensación de guardar tu vida en cajas. De encerrarla. Encasillarla.
En algún momento fue algo catártico, pero ya no tanto. Ordenar tu materialidad fue bueno, darle jerarquía a las cosas me dio la impresión de que todo adquiría un primero, segundo y tercero. Todavía tengo ese sabor en la boca. "Hey, soy un adulto, ordené mi vida". Pero las sensaciones se desvanecen. Uno no vive de sensaciones.
Hay un jeep a control remoto que me regalaron para la Navidad de 1985 y una patrulla policial a pilas que recibí de mi abuelo en 1982. Reliquias pop. Hay un cargador solar para iPod del 2010. Antes y después. Ayer y ahora. Así va la mano. Cintas de los 60 y 70, vinilos de los 80, CD de los 90 y MP3 del 00. No sé qué significa todo esto. No sé siquiera si hay que darle un significado. Capaz que no. Quizás todo es más simple. Cajas con cosas guardadas que, cuando llegue el momento, serán desempacadas. Nada más.
Lo simpático de todo es que sé que estarán ahí por semanas, meses y quizás años. Me importan, pero no lo suficiente para el desempaque. Quería una mochila liviana, pero a cambio conseguí decenas de cajas de cartón. Unas arriba de otras. Ahí están.
Apiladas en la sala, con sus distintas dimensiones, conforman una mini ciudad, como en el final de El Ciudadano Kane, cuando la cámara se eleva y muestra un desparramo de recuerdos, chucherías, cachivaches, lujos y reliquias, todo mezclado, sin rotulados. Pero la gran diferencia es que acá no hay un Rosebud. Es rara la sensación de guardar tu vida en cajas. De encerrarla. Encasillarla.
En algún momento fue algo catártico, pero ya no tanto. Ordenar tu materialidad fue bueno, darle jerarquía a las cosas me dio la impresión de que todo adquiría un primero, segundo y tercero. Todavía tengo ese sabor en la boca. "Hey, soy un adulto, ordené mi vida". Pero las sensaciones se desvanecen. Uno no vive de sensaciones.
Hay un jeep a control remoto que me regalaron para la Navidad de 1985 y una patrulla policial a pilas que recibí de mi abuelo en 1982. Reliquias pop. Hay un cargador solar para iPod del 2010. Antes y después. Ayer y ahora. Así va la mano. Cintas de los 60 y 70, vinilos de los 80, CD de los 90 y MP3 del 00. No sé qué significa todo esto. No sé siquiera si hay que darle un significado. Capaz que no. Quizás todo es más simple. Cajas con cosas guardadas que, cuando llegue el momento, serán desempacadas. Nada más.
lunes, 14 de marzo de 2011
La mitad de la vida
Los 35 años. La mitad de una vida. Un limbo. Eres adulto, pero no adulto-adulto. Dicen que los 40 son los nuevos 30. Es el camino serpenteante de los treintitantos. Miro y no veo nada claro en el camino. Es odioso comparar, pero a mi edad mi papá ya tenía tres hijos y toda la responsabilidad de un hombre de la casa que yo no tengo ni en las cómicas. Y eso no es ni bueno ni malo. Es no más.
sábado, 12 de marzo de 2011
Alegato terremoto

Cuando los expertos dicen que habrá un gran terremoto en el norte, es porque habrá un gran terremoto en el norte. Me da lata la gente que escribe o alega que se asusta a la gente con ese tema. Si es verdad. Prefieren tapar el sol con un dedo. Meter la cabeza en la tierra como el avestruz. Y qué quieren, que no se diga nada para que cuando quede la crema aleguen porque nadie les avisó. Chao.
Ahora con el tsunami de Japón, en Facebook y Twitter pucha que han reclamado por la evacuación en Antofagasta, que al final el tsunami nunca llegó, que para qué las alarmas, las sirenas y todo el show. No es parafernalia, era lo necesario. Eso. Gente.
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