jueves, 6 de febrero de 2014

El minuto eterno


El otro día pedaleaba. Subía un cerro. Mucha inclinación. Me dolía la espalda. Pero quería llegar a la cumbre. Se veía cerquita, a la mano, un par de cientos de metros y listo. Pero no. Eran kilómetros. Subía a 1-1, la relación más liviana. Eran cerca de las 13:00 horas. El calor del verano me castigaba. Me estaba derritiendo. Esa era la sensación. No importa. Voy a llegar. Quiero llegar. Veo en el Garmin la distancia recorrida, la ascensión acumulada, la velocidad, la cadencia. Todo eso. Todas esas cifras que a uno le gusta tener y que marean.Y se me ocurrió ver el reloj. La hora. 12:46 horas. Y pedaleo. Y pedaleo. Y no saco la vista del reloj. Las 12:46. Y pedaleo. Y pedaleo. Y sufro. Y sufro. La espalda me recuerda lo duro que son los ascensos. Eso lo aprendí en Purén. Ahora lo revivo en los cerros de Iquique. Miro otra vez el reloj. Las 12:46. Maldición. Esto no avanza. No avanzo. Pienso en algún momento que se echó a perder el Garmin. Se quedó pegado, pienso. Y vuelvo a mirar. Las 12:46. Qué onda! En mi mente ha pasado como 3 minutos y las 12:46 no cambia. Mi cuerpo siente que ha pasado 5 minutos y las 12:46 no avanza. El minuto eterno. El sufrimiento me regala un minuto eterno. El reloj cambia y las 12:46 queda atrás, para dar paso a las 12:47. Otro minuto que casi se me hace eterno, pero decido no mirar más el Garmin y pedalear con la vista al frente.
He tenido varios minutos eternos en mi vida. Esos momentos en que lo que vives, lo que piensas, ese lapso de tu vida, te exige concentración, te pide una decisión, te pone en entredicho, te cuestiona, te hace mirar al espejo, te pide una explicación, te incomoda, te obliga a mirar algo que no quieres, a enfrentar un minuto que preferirías dejar escapar, dejar pasar, pero que no termina nunca. Que esta copa pase de mí.
¿Ansiedad? También ha pasado. Hay un trayecto que recorro con frecuencia el último tiempo que se me hace eterno. Son 30 minutos. Pero la impaciencia por llegar multiplican esos minutos. Y de lejos veo mi destino. Pero no avanzo. El tiempo me hace una mala jugada y todo demora más. El minuto no dura  60 segundos, dura 100, 150, 300 segundos. Pero acá el final es feliz. Es lo que quiero.