sábado, 2 de junio de 2012

El libro interminable...


Hasta un par de meses atrás siempre defendí el libro clásico, con tapas duras y hojas, como el mejor formato para leer una obra. Nunca me gustó bajar textos de internet para leerlos en el computador. Fome fome. Pero resulta que ahora tengo en mis manos un Kindle, el e-reader de Amazon, y la verdad es que cambia la percepción. No es lo mismo que leer un libro. Nunca lo será. Pero el aparato es práctico, barato y puedes cargar varios textos a la vez. He leído más de 10 libros en la cuestioncita. Si los hubiera comprado, fácil, tendría que haber desembolsado cerca de $150 mil. Y el Kindle me costó la mitad de eso. En Chile los libros son muy caros. Y si hay como economizar, bienvenido sea. Por ejemplo, "1Q84" de Murakami cuesta en las librerías casi $30 mil. Yo lo bajé gratis.
Un libro en formato Mobi, para el Kindle, con suerte pesa 1 mega. Y el aparato que tengo yo, el básico, tiene 2GB de capacidad. Sobrado de cariño. No soy defensor de la pantalla de tinta electrónica, pero si me preguntan, recomiendo tener una de estas cosas.

sábado, 12 de mayo de 2012

La escalera


Han pasado 13 años y todavía recuerdo cuando subí por primera vez esas escaleras. Las escaleras que llevan a la redacción de El Mercurio de Antofagasta. Escaleras ceremoniosas, amplias, siempre brillantes, con baranda de fierro forjado y un pasamano de madera barnizada.
Era marzo del año 1999 y partía mi práctica profesional en El Mercurio de Antofagasta, el decano de la prensa regional, diario centenario, el referente de los medios regionales. "Venga vestido como periodista", me dijo el director Marco Antonio Pinto cuando días antes me entrevisté con él. "¿Como periodista?", pensé. No tenía ropa de periodista, así que llegué con el pantalón de un terno gris marengo que me compré en la U para las disertaciones, una camisa blanca, corbata roja con lineas horizontales blancas y zapatos relucientes, los mismos que me había comprado para la fiesta de licenciatura de cuarto medio. La grabadora, de esas que usaban pequeños cassettes, era prestada. Libreta y una lapicera Bic. Esa era mi tenida de periodista.
La primera nota que hice para el diario fueron voces sobre el mal estado de la Plaza Sotomayor. La plaza del Mercado. En ese entonces era horrible. Ahora también. "La plaza de los lamentos", titulé la nota con ayuda de un compañero. Al otro día salió publicada. Era un breve texto y un par de opiniones. Nada más. Nada grandioso. Lejos de lo que uno pudiera entender como golpe noticioso o una crónica aspirante a un llamado en portada. Da lo mismo. Todavía tengo guardado ese recorte. Durante el primer mes de práctica recorté y guardé todas mis notas. Como muchos lo hacen. Es un paso tremendo, una satisfacción cuando tus notas salen impresas y alguien las lee.
Son 26 escalones sin contar el descanso que es dominado e iluminado por un gran ventanal con marco de madera que da a la calle 21 de Mayo. No sé cuántas veces subí contando los escalones. Un juego para distraer la mente de la feroz rutina periodística. En esos escalones han posado políticos, artistas varios, escolares, universitarios, autoridades. Picado y contrapicado. Mire para arriba, mira para abajo, para el lado y el otro lado. Un recurso fácil, a la mano y efectivo.
La última vez que usé esas escaleras fue hace más de una semana. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho....veintiseis escalones. Fue un viernes. Cambios. Cambios. Cambios. Cada vez usaré menos esas escaleras. No lo tenía en mis planes ni previsto. Lo bueno es que cientos de veces conté los escalones. Y sé que son 26.