jueves, 25 de diciembre de 2008

Navidad en la playa...

Sin la parafernalia que rodea a la Navidad, y que tanto me apesta, este año me reencontré con la famosa fecha. Sin árbolitos, pesebres, lucecitas ni musiquita, con Anita, Denisse y Tania nos fuimos a la playa. Estábamos solos. Nuestra cena fue algo de chocolate y unos sandwich de pollo con morrón.
Allí conversamos sobre nuestras mejores navidades y por qué fueron las mejores. Cuando éramos niños los regalos marcaban la fecha, pero ahora es el poder juntarnos en familia y compartir los recuerdos, reírnos de las anécdotas de la niñez, de las tonteras y simplezas de la vida.
Nos reímos de cuando en Iquique Tania recorrió en pendiente tres o cuatro cuadras a toda velocidad en su bicicleta, cuando todavía no sabía ni andar. La aventura terminó en un porrazo de antología, ella llorando y, era que no, acusándome por haberla lanzado.
O cuando Denisse arruinó nuestra gran diversión en un paseo de fin de año allá por el 83 ó 84, cuando pinchó el bote en un río al interior de Concepción, en el sector de Santa Juana. Según ella, estaba tratando de "estacionarlo", chocó con unas ramas y ahí quedó el botecito de goma azul y amarillo.
Los cristianos recordamos y celebramos la llegada de Jesús, quien nació para morir por nosotros. Ese sacrificio de amor es el que nos salvó. No importa lo que hagamos o lo que tengamos. Amor y gracia. Eso es lo importante. El árbol de navidad y los regalos son meras anécdotas.